La Nación, Buenos Aires, 04/07/2008
Camino al Centenario, la Argentina había pasado por transformaciones notables. Del desierto que angustiaba a Sarmiento, gracias al ferrocarril y la inmigración, se pasó a un país moderno que puso en producción enormes extensiones de tierras fértiles. Con los productos del agro exportados se pagaron las importaciones de bienes de capital y la construcción de la infraestructura -puertos y ferrocarriles- que unieron a la Nación, concluyeron con décadas de anarquía consolidando el estado central y promoviendo el progreso. De las 700 mil hectáreas cultivadas en 1870 se llegaron a 13 millones a la altura de la primera guerra mundial.
El crecimiento por habitante entre 1870 y 1914, por un período de 37 años, fue del 4,2% con una población que crecía mas del 3% por año. Mucho tiempo se creyó que los trabajadores habían quedado muy relegados en el reparto de la riqueza creada. Sin embargo, en 1979 una investigación del autor ( El Progreso Argentino , Sudamericana, 1979) probó que, en términos de su poder de compra, los salarios de los trabajadores no especializados habían subido en el período más de un 30%. Habría sido mayor si el trabajador, en ese lapso, hubiera adquirido alguna habilidad. Eso explica por qué, por casi medio siglo, los inmigrantes siguieron llegando por cientos de miles. También se mostró que los salarios de los obreros argentinos respecto a sus similares europeos (en el caso italiano) fueron mucho más elevados.
Es cierto que algunos sectores se beneficiaron más; el crecimiento por habitante fue mayor que el de los salarios, y las condiciones de vivienda en las nuevas áreas urbanas eran notoriamente deficientes en las primeras décadas del fuerte impacto inmigratorio. Y la salud de la población fue bastante mejor que en las zonas pobres europeas. Es cierto que hubo protestas por condiciones de trabajo y salarios impulsadas por un movimiento obrero que se organizó temprano gracias a la experiencia sindical y política de los inmigrantes europeos. No faltaron dificultades en los sectores rurales debido a las alternativas de las cosechas y la evolución de los precios internacionales.
Pero lo que no se ha tenido suficientemente en cuenta es el efecto de ese crecimiento sobre el bienestar de la población, posible por una política educativa que aseguró la enseñanza primaria pública, gratuita y obligatoria. En 1870 un 77% de la población era analfabeta; en 1930 sólo lo era un 22%. Esa "revolución educativa" -un medio para una mayor equidad- tuvo lugar en un país donde la población crecía más de un 3% por año, el número de alumnos en las escuelas públicas crecía a una tasa más alta y el presupuesto para educación todavía a una tasa mayor, lo que no sólo extendió la educación, sino que mejoró su calidad en el tiempo. Esto permitió a quienes accedieron a la enseñanza primaria mejorar sus condiciones de vida y adquirir conciencia de sus derechos, lo que se tradujo en su voto masivo cuando se promulgó la ley Sáenz Peña.
Finalmente, el crecimiento y la revolución educativa promovieron el mayor proceso de movilidad social en la historia del país que nos dejó algo de lo mejor de la Argentina que heredamos.
Camino al Centenario, la Argentina había pasado por transformaciones notables. Del desierto que angustiaba a Sarmiento, gracias al ferrocarril y la inmigración, se pasó a un país moderno que puso en producción enormes extensiones de tierras fértiles. Con los productos del agro exportados se pagaron las importaciones de bienes de capital y la construcción de la infraestructura -puertos y ferrocarriles- que unieron a la Nación, concluyeron con décadas de anarquía consolidando el estado central y promoviendo el progreso. De las 700 mil hectáreas cultivadas en 1870 se llegaron a 13 millones a la altura de la primera guerra mundial.
El crecimiento por habitante entre 1870 y 1914, por un período de 37 años, fue del 4,2% con una población que crecía mas del 3% por año. Mucho tiempo se creyó que los trabajadores habían quedado muy relegados en el reparto de la riqueza creada. Sin embargo, en 1979 una investigación del autor ( El Progreso Argentino , Sudamericana, 1979) probó que, en términos de su poder de compra, los salarios de los trabajadores no especializados habían subido en el período más de un 30%. Habría sido mayor si el trabajador, en ese lapso, hubiera adquirido alguna habilidad. Eso explica por qué, por casi medio siglo, los inmigrantes siguieron llegando por cientos de miles. También se mostró que los salarios de los obreros argentinos respecto a sus similares europeos (en el caso italiano) fueron mucho más elevados.
Es cierto que algunos sectores se beneficiaron más; el crecimiento por habitante fue mayor que el de los salarios, y las condiciones de vivienda en las nuevas áreas urbanas eran notoriamente deficientes en las primeras décadas del fuerte impacto inmigratorio. Y la salud de la población fue bastante mejor que en las zonas pobres europeas. Es cierto que hubo protestas por condiciones de trabajo y salarios impulsadas por un movimiento obrero que se organizó temprano gracias a la experiencia sindical y política de los inmigrantes europeos. No faltaron dificultades en los sectores rurales debido a las alternativas de las cosechas y la evolución de los precios internacionales.
Pero lo que no se ha tenido suficientemente en cuenta es el efecto de ese crecimiento sobre el bienestar de la población, posible por una política educativa que aseguró la enseñanza primaria pública, gratuita y obligatoria. En 1870 un 77% de la población era analfabeta; en 1930 sólo lo era un 22%. Esa "revolución educativa" -un medio para una mayor equidad- tuvo lugar en un país donde la población crecía más de un 3% por año, el número de alumnos en las escuelas públicas crecía a una tasa más alta y el presupuesto para educación todavía a una tasa mayor, lo que no sólo extendió la educación, sino que mejoró su calidad en el tiempo. Esto permitió a quienes accedieron a la enseñanza primaria mejorar sus condiciones de vida y adquirir conciencia de sus derechos, lo que se tradujo en su voto masivo cuando se promulgó la ley Sáenz Peña.
Finalmente, el crecimiento y la revolución educativa promovieron el mayor proceso de movilidad social en la historia del país que nos dejó algo de lo mejor de la Argentina que heredamos.
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