Señales económicas en tiempos complejos
Editorial, blogs el mercurio, 15/04/2008
El confuso panorama actual de la economía internacional pone de manifiesto cuán acertada ha sido la política fiscal que se ha venido aplicando en Chile desde el año 2000, al limitar el nivel de gasto público a los ingresos que resultan de considerar como parámetro de referencia la estimación de precio de largo plazo del cobre, y destinar la diferencia a un fondo de ahorro. Nadie podría seriamente poner en duda lo valioso que ha sido para la economía chilena este compromiso con la responsabilidad fiscal y, de hecho, la solvencia financiera del país a que ha conducido lo anterior constituye hoy una inmejorable protección para defenderse de los avatares de los mercados mundiales.
No obstante esta favorable posición financiera, hay en el país una legítima preocupación por el menor dinamismo que está caracterizando a nuestra economía, y que queda de manifiesto al constatarse una pérdida de posiciones relativas en las comparaciones internacionales de crecimiento. Entre los especialistas hay bastante consenso en cuanto a que el impulso proveniente de ganancias de productividad se encuentra virtualmente estancado, y la manifestación práctica de ello es una percepción bastante generalizada de pérdida de competitividad.
Por cierto, no se puede desconocer que la significativa apreciación real del peso chileno frente al dólar y, en menor medida, ante una canasta de monedas internacionales ha contribuido negativamente a la competitividad de los rubros orientados a las exportaciones y a la sustitución de importaciones. Sin embargo, el problema está lejos de limitarse al factor cambiario: al conocido encarecimiento de la energía habría que sumar también la falta de eficiencia en el funcionamiento del aparato estatal, una excesiva carga regulatoria, una estructura tributaria perjudicial para un buen funcionamiento del engranaje productivo del país, y una legislación laboral que carece de la flexibilidad necesaria para desenvolverse bien en un ambiente de continuos cambios.
Llama la atención la falta de permeabilidad del Gobierno a planteamientos en esta línea de análisis, lo cual se expresa en la actitud de sus máximas autoridades ante cualquier asomo de crítica a su gestión. El propio ministro de Hacienda, consultado en este diario por un grupo de líderes de opinión sobre eventuales deficiencias o carencias de la política económica en curso, entrega respuestas que no se hacen cargo de los problemas de fondo a que apuntan las consultas, sino que se remiten a posiciones sobre logros que se reconocen ampliamente y que no están en discusión. Como consecuencia de ello, la imagen que proyecta -aunque no sea ésa su intención- es la de una autoridad económica que, por las razones que sea, no anima ni moviliza a todos a emprender cambios más ambiciosos en los ámbitos -absolutamente vitales- de la competitividad y de una mayor productividad.
Es sabido que en el desarrollo de los procesos económicos las expectativas juegan un rol de enorme trascendencia, por cuanto van condicionando las decisiones de consumidores, productores e inversionistas. En un cuadro que está siendo dominado por la incertidumbre, se echa de menos de parte del ministro de Hacienda, en su condición de cabeza del equipo económico, un mensaje más claro y más abierto respecto de la dirección en que se encamina la economía, de sus desafíos y debilidades, y de lo que todavía falta por hacer, en el marco de un cuadro global que invite a moverse en una dirección precisamente determinada. Mientras dicho mensaje no se explicite con determinación, las muchas e indiscutibles virtudes de la gestión ministerial de Velasco no bastarán para lograr crear esa masa crítica que se requiere para iniciar y llevar adelante un proceso de vigorosa reactivación, y tampoco contribuirán a despejar el velo de incertidumbre que hoy prevalece entre los agentes económicos.
Conservar lo ganado con disciplina fiscal, resistiendo las presiones políticas, ya es de suyo muy valioso, en tiempos como los actuales. Pero eso no basta: deben añadirse los pasos indispensables para lograr un ritmo de desarrollo acorde con el potencial de Chile. De lo contrario, el tan ansiado desarrollo seguirá postergándose.
Al respecto, es oportuno tener presente que en los seis grandes indicadores de gobernanza que el Banco Mundial elabora desde 1996 -voz y "accountability", estabilidad política, efectividad del gobierno, calidad de la regulación, imperio de la ley y control de la corrupción-, nuestro país presenta una sana ubicación. En dichos seis indicadores, Chile supera, cuando menos, al 77 por ciento de los 212 países considerados en el último estudio de ese organismo internacional. Más aún, en cinco de ellos supera al 87 por ciento de los países. Eso es ciertamente positivo, pero la otra cara de esta medición es que, en estos mismos últimos cinco, nuestros índices aún están a bastante distancia de los registrados por los países líderes y además, desalentadoramente, se observan a su respecto escasos avances desde 2002.
Chile tiene capacidad para ir mucho más lejos y mucho más rápido. Así lo recuerda el indicador mensual de actividad económica, que registró en febrero un aumento de 5,6 por ciento en 12 meses, lo que sorprendió favorablemente al mercado, que esperaba una tasa algo menor. Se trata de la mayor cifra desde junio de 2007, cuando la economía creció 6,2 por ciento. Si bien influyó en este resultado el día hábil más de febrero de este año, por ser bisiesto, no cabe ignorar que, en términos sectoriales, fue clave el importante repunte de las cifras de minería e industria. La producción minera creció 6,1 por ciento, lo que se compara muy favorablemente con los meses inmediatamente anteriores, que habían mostrado tasas negativas. La producción industrial, por su parte, subió 5,7 por ciento, la mayor cifra en ocho meses.
Con lo anterior, los primeros dos meses del año acumulan un aumento de 4,6 por ciento en la actividad económica. Sin duda es positivo, pero -nuevamente mirando a la otra cara del fenómeno- no ha producido un cambio en las expectativas de crecimiento de los agentes para el año, que se mantienen entre 4,0 y 4,5 por ciento. Esto significa que el mayor dinamismo de la actividad en febrero se considera como algo transitorio. Por otra parte, el Fondo Monetario Internacional recientemente bajó a 4,5 por ciento la proyección de crecimiento para Chile este año, lo que es medio punto porcentual inferior al que proyectaba hace seis meses.
Conviene admitir que diversos factores están afectando el crecimiento en nuestro país. Entre los más coyunturales destacan la sequía y la crisis energética. La situación externa, particularmente en EE.UU., también podría estar alcanzando en algo la actividad doméstica, aunque hasta la fecha no parece haber mayores signos concretos de ello. Por lo demás, no sólo el resto del mundo, principalmente las economías emergentes, sigue creciendo a tasas saludables, sino que el precio de gran parte de los bienes que Chile exporta se mantiene elevado.
Pero, más allá de estos efectos coyunturales, preocupa que el crecimiento de largo plazo o potencial de Chile se haya ido reduciendo. Hoy es difícil hablar de cifras superiores a 4,5 por ciento (debe recordarse que el crecimiento de los 10 últimos años alcanzó apenas a 3,7 por ciento). Con ello resulta difícil llegar en un plazo moderado a niveles de ingreso de países desarrollados. Esto llama a poner énfasis cuanto antes en este tema, mediante políticas que promuevan la productividad. De lo contrario, el tan ansiado desarrollo seguirá postergándose.
Conservar lo ganado con disciplina fiscal, resistiendo las presiones políticas, ya es de suyo muy valioso, en tiempos como los actuales, pero eso no basta: deben añadirse los pasos indispensables para lograr un ritmo de desarrollo acorde con el potencial de Chile, que ponga fin y revierta la tendencia hacia la detención del empuje que tuvo durante un prolongado período.
Editorial, blogs el mercurio, 15/04/2008
El confuso panorama actual de la economía internacional pone de manifiesto cuán acertada ha sido la política fiscal que se ha venido aplicando en Chile desde el año 2000, al limitar el nivel de gasto público a los ingresos que resultan de considerar como parámetro de referencia la estimación de precio de largo plazo del cobre, y destinar la diferencia a un fondo de ahorro. Nadie podría seriamente poner en duda lo valioso que ha sido para la economía chilena este compromiso con la responsabilidad fiscal y, de hecho, la solvencia financiera del país a que ha conducido lo anterior constituye hoy una inmejorable protección para defenderse de los avatares de los mercados mundiales.
No obstante esta favorable posición financiera, hay en el país una legítima preocupación por el menor dinamismo que está caracterizando a nuestra economía, y que queda de manifiesto al constatarse una pérdida de posiciones relativas en las comparaciones internacionales de crecimiento. Entre los especialistas hay bastante consenso en cuanto a que el impulso proveniente de ganancias de productividad se encuentra virtualmente estancado, y la manifestación práctica de ello es una percepción bastante generalizada de pérdida de competitividad.
Por cierto, no se puede desconocer que la significativa apreciación real del peso chileno frente al dólar y, en menor medida, ante una canasta de monedas internacionales ha contribuido negativamente a la competitividad de los rubros orientados a las exportaciones y a la sustitución de importaciones. Sin embargo, el problema está lejos de limitarse al factor cambiario: al conocido encarecimiento de la energía habría que sumar también la falta de eficiencia en el funcionamiento del aparato estatal, una excesiva carga regulatoria, una estructura tributaria perjudicial para un buen funcionamiento del engranaje productivo del país, y una legislación laboral que carece de la flexibilidad necesaria para desenvolverse bien en un ambiente de continuos cambios.
Llama la atención la falta de permeabilidad del Gobierno a planteamientos en esta línea de análisis, lo cual se expresa en la actitud de sus máximas autoridades ante cualquier asomo de crítica a su gestión. El propio ministro de Hacienda, consultado en este diario por un grupo de líderes de opinión sobre eventuales deficiencias o carencias de la política económica en curso, entrega respuestas que no se hacen cargo de los problemas de fondo a que apuntan las consultas, sino que se remiten a posiciones sobre logros que se reconocen ampliamente y que no están en discusión. Como consecuencia de ello, la imagen que proyecta -aunque no sea ésa su intención- es la de una autoridad económica que, por las razones que sea, no anima ni moviliza a todos a emprender cambios más ambiciosos en los ámbitos -absolutamente vitales- de la competitividad y de una mayor productividad.
Es sabido que en el desarrollo de los procesos económicos las expectativas juegan un rol de enorme trascendencia, por cuanto van condicionando las decisiones de consumidores, productores e inversionistas. En un cuadro que está siendo dominado por la incertidumbre, se echa de menos de parte del ministro de Hacienda, en su condición de cabeza del equipo económico, un mensaje más claro y más abierto respecto de la dirección en que se encamina la economía, de sus desafíos y debilidades, y de lo que todavía falta por hacer, en el marco de un cuadro global que invite a moverse en una dirección precisamente determinada. Mientras dicho mensaje no se explicite con determinación, las muchas e indiscutibles virtudes de la gestión ministerial de Velasco no bastarán para lograr crear esa masa crítica que se requiere para iniciar y llevar adelante un proceso de vigorosa reactivación, y tampoco contribuirán a despejar el velo de incertidumbre que hoy prevalece entre los agentes económicos.
Conservar lo ganado con disciplina fiscal, resistiendo las presiones políticas, ya es de suyo muy valioso, en tiempos como los actuales. Pero eso no basta: deben añadirse los pasos indispensables para lograr un ritmo de desarrollo acorde con el potencial de Chile. De lo contrario, el tan ansiado desarrollo seguirá postergándose.
Al respecto, es oportuno tener presente que en los seis grandes indicadores de gobernanza que el Banco Mundial elabora desde 1996 -voz y "accountability", estabilidad política, efectividad del gobierno, calidad de la regulación, imperio de la ley y control de la corrupción-, nuestro país presenta una sana ubicación. En dichos seis indicadores, Chile supera, cuando menos, al 77 por ciento de los 212 países considerados en el último estudio de ese organismo internacional. Más aún, en cinco de ellos supera al 87 por ciento de los países. Eso es ciertamente positivo, pero la otra cara de esta medición es que, en estos mismos últimos cinco, nuestros índices aún están a bastante distancia de los registrados por los países líderes y además, desalentadoramente, se observan a su respecto escasos avances desde 2002.
Chile tiene capacidad para ir mucho más lejos y mucho más rápido. Así lo recuerda el indicador mensual de actividad económica, que registró en febrero un aumento de 5,6 por ciento en 12 meses, lo que sorprendió favorablemente al mercado, que esperaba una tasa algo menor. Se trata de la mayor cifra desde junio de 2007, cuando la economía creció 6,2 por ciento. Si bien influyó en este resultado el día hábil más de febrero de este año, por ser bisiesto, no cabe ignorar que, en términos sectoriales, fue clave el importante repunte de las cifras de minería e industria. La producción minera creció 6,1 por ciento, lo que se compara muy favorablemente con los meses inmediatamente anteriores, que habían mostrado tasas negativas. La producción industrial, por su parte, subió 5,7 por ciento, la mayor cifra en ocho meses.
Con lo anterior, los primeros dos meses del año acumulan un aumento de 4,6 por ciento en la actividad económica. Sin duda es positivo, pero -nuevamente mirando a la otra cara del fenómeno- no ha producido un cambio en las expectativas de crecimiento de los agentes para el año, que se mantienen entre 4,0 y 4,5 por ciento. Esto significa que el mayor dinamismo de la actividad en febrero se considera como algo transitorio. Por otra parte, el Fondo Monetario Internacional recientemente bajó a 4,5 por ciento la proyección de crecimiento para Chile este año, lo que es medio punto porcentual inferior al que proyectaba hace seis meses.
Conviene admitir que diversos factores están afectando el crecimiento en nuestro país. Entre los más coyunturales destacan la sequía y la crisis energética. La situación externa, particularmente en EE.UU., también podría estar alcanzando en algo la actividad doméstica, aunque hasta la fecha no parece haber mayores signos concretos de ello. Por lo demás, no sólo el resto del mundo, principalmente las economías emergentes, sigue creciendo a tasas saludables, sino que el precio de gran parte de los bienes que Chile exporta se mantiene elevado.
Pero, más allá de estos efectos coyunturales, preocupa que el crecimiento de largo plazo o potencial de Chile se haya ido reduciendo. Hoy es difícil hablar de cifras superiores a 4,5 por ciento (debe recordarse que el crecimiento de los 10 últimos años alcanzó apenas a 3,7 por ciento). Con ello resulta difícil llegar en un plazo moderado a niveles de ingreso de países desarrollados. Esto llama a poner énfasis cuanto antes en este tema, mediante políticas que promuevan la productividad. De lo contrario, el tan ansiado desarrollo seguirá postergándose.
Conservar lo ganado con disciplina fiscal, resistiendo las presiones políticas, ya es de suyo muy valioso, en tiempos como los actuales, pero eso no basta: deben añadirse los pasos indispensables para lograr un ritmo de desarrollo acorde con el potencial de Chile, que ponga fin y revierta la tendencia hacia la detención del empuje que tuvo durante un prolongado período.
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