La Nación, B.A. 13/10/2008
Por Paul Krugman, De The New York Times
Esta columna de opinión del flamante Nobel de Economía fue publicada en LA NACION el fin de semana último.
NUEVA YORK.- El mes pasado, cuando el Departamento del Tesoro de Estados Unidos dejó que Lehman Brothers se derrumbara, escribí que Henry Paulson, el secretario del Tesoro, estaba jugando a la ruleta rusa financiera. Sin duda, había una bala en la recámara: la bancarrota de Lehman hizo que la crisis financiera mundial, que ya era grave, se pusiera mucho peor.
Las consecuencias del derrumbe de Lehman se hicieron evidentes en pocos días; sin embargo, algunos actores políticos clave han desperdiciado en gran parte las cuatro últimas semanas. Ahora han llegado al momento de la verdad: será mejor que hagan algo pronto o la economía mundial puede sufrir su peor caída desde la Gran Depresión.
La respuesta a esta crisis por parte de las dos grandes potencias monetarias del mundo -Estados Unidos y las 15 naciones que usan el euro- ha sido penosamente inadecuada.
Europa, por carecer de un gobierno común, ha sido literalmente incapaz de actuar en conjunto. Estados Unidos debería haber estado en una posición mucho más fuerte. Y cuando Paulson anunció su plan, hubo una fugaz oleada de optimismo. Pero pronto quedó claro que el plan padecía una fatal carencia de claridad intelectual.
Paulson propuso comprarles a los bancos "valores incobrables" por la suma de 700.000 millones de dólares -valores vinculados con las hipotecas tóxicas-, pero nunca fue capaz de explicar por qué eso resolvería la crisis.
Muchos economistas coinciden en que lo que debería haber propuesto era, en cambio, una inyección de capital directamente a las empresas financieras: el gobierno norteamericano proporcionaría a las instituciones el capital que necesitaban para seguir activas, deteniendo así la espiral descendente, a cambio de la propiedad parcial de esas instituciones.
Cuando el Congreso modificó el plan de Paulson, introdujo provisiones que posibilitaban esa inyección de capital, pero que no la hacían obligatoria. Y hasta hace dos días, Paulson seguía oponiéndose a hacer lo correcto.
Pero el miércoles pasado, el gobierno británico, demostrando la clase de pensamiento claro que tan escaso ha sido en este otro lado del charco, anunció un plan destinado a proporcionar a los bancos 90.000 millones de dólares de nuevo capital, junto con amplias garantías para las transacciones financieras entre bancos. Y los funcionarios del Tesoro norteamericano dicen ahora que planean hacer algo similar, usando la autoridad que no querían, pero que el Congreso les confirió de todas maneras.
El punto ahora es si esas acciones no son demasiado pequeñas y si no es demasiado tarde. No lo creo, pero resultará muy alarmante que pase este fin de semana sin que haya un anuncio creíble sobre un nuevo plan de rescate.
¿Por qué necesitamos la cooperación internacional? Porque tenemos un sistema financiero globalizado en el que una crisis que empezó con una burbuja en los condominios de Florida provocó una catástrofe monetaria en Islandia. Necesitamos una solución compartida.
¿Por qué este fin de semana? Por dos grandes reuniones en Washington: ayer, de los más altos funcionarios financieros de las principales naciones desarrolladas; y hoy y mañana, la reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Si terminan sin que haya al menos un principio de acuerdo sobre un plan de rescate global si todo el mundo se va a su casa solamente con vagas afirmaciones de que se proponen controlar la situación, se habrá perdido una gran oportunidad y la espiral descendente seguramente se acentuará.
¿Qué habría que hacer? Estados Unidos y Europa deberían decir tan sólo "Sí, primer ministro". El plan británico no es perfecto, pero casi todos los economistas coinciden en que ofrece, por lejos, el mejor programa del que disponemos para instrumentar un intento de rescate generalizado.
Y el momento de actuar es ahora. Tal vez usted piense que las cosas ya no pueden empeorar pero pueden, y si no hace nada en los próximos días, empeorarán.
Traducción de Mirta Rosenberg.
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