Argentina: pesada herencia energética
iEco, Clarín, B.A, Por Oscar Martínez | omartinez@clarin.com
MAR 27/05/08 11:48 | "Si recomponemos las tarifas podemos enfriar la economía, pero si no lo hacemos podemos exacerbar la inflación", dice Daniel Montamat, especialista en temas energéticos. La diferencia de precios con la región es muy grande y faltan inversiones.
En la Argentina, que llueva ya no le interesa solamente al campo. Más aún: cuanto más tiempo se mantengan las altas temperaturas, más garantías existen de un normal abastecimiento de gas durante el "verdadero" invierno. Tampoco parecen casuales los aumentos solapados en los combustibles líquidos, ni la pertinaz falta de gas oil. Para no hablar de los subsidios cruzados que, muchas veces, nadie termina de saber dónde terminan.
La energía es un problema en el país. Por eso, iEco le pidió a Daniel Montamat, titular de Montamat & Asociados y economista especializado, una aproximación al tema, cuyos puntos destacados son los siguientes:
Canastas energéticas
El Indice Monitor de Precios de la Energía (IMPE) mide la distorsión de los precios de la canasta energética argentina (petróleo, combustibles, gas y electricidad) respecto a una canasta energética que toma referencias de precios de la región.
El último IMPE de 0,69 nos dice que una canasta energética que en la región cuesta un peso ($1), en la Argentina cuesta 0,31 centavos de peso. En promedio, tenemos que multiplicar por tres los precios de la canasta energética argentina para alcanzar los precios a los que se vende la energía en la región.
Los promedios ocultan algunas diferencias relevantes. Por ejemplo, las tarifas residenciales están mucho más retrasadas que las tarifas industriales, donde, desde 2004 empezaron a hacerse ajustes. A su vez, los precios de los combustibles derivados del petróleo están menos retrasados que los precios eléctricos, y estos están menos retrasados que los precios del gas natural.
Como las distorsiones son significativas, el paso del tiempo ha hecho que las recomposiciones sean más dificultosas, por más que se instrumente una tarifa social para evitar reajustes en los sectores más vulnerables. La energía barata en términos relativos forma parte del poder adquisitivo y de los costos productivos de muchos presupuestos argentinos. Una recomposición real de las tarifas que descuente inflación resta poder de compra y afecta el patrón de crecimiento actual, muy dependiente del consumo doméstico. La economía puede desacelerarse.
Pero si no hay recomposición tarifaria, el desencuentro entre oferta y demanda de energía doméstica nos obliga a importar cada vez más energía con precios atados a un barril de más de 120 dólares (gasoil, fuel oil) y a un gas natural líquido de entre 15 y 18 dólares el millón de BTU (el barril argentino tiene un precio tope de 42 dólares y el gas promedio de las cuencas argentinas se paga 1,4 dólares el MMBTU).
Semejantes diferencias engrosan las cuentas de un subsidio millonario en dólares que crece exponencialmente y que beneficia más a los ricos que a los pobres.
Como el subsidio se paga con impuestos y no deja inversión de arrastre, la inversión pública en energía también tiene que sustituir a la inversión privada y financiarse con fondos públicos.
Esto aumenta el gasto, erosiona el superávit fiscal y retroalimenta la inflación. Estamos pues frente a precipicios por ambos lados de un estrecho corredor económico.
Si recomponemos las tarifas podemos enfriar la economía, pero si no lo hacemos podemos exacerbar la inflación. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Tarde o temprano, habrá que asumir la recomposición tarifaria y d e p recios de la canasta energética a partir del precio del gas natural en boca de pozo. Más temprano que tarde, si se hacen las reparaciones que requiere con urgencia el motor del "modelo productivo" (con chapa y pintura ya no basta). Aún con recomposiciones que sean el punto de partida de un plan energético integral tendremos algunos años de escasez y restricciones.
En la Argentina, que llueva ya no le interesa solamente al campo. Más aún: cuanto más tiempo se mantengan las altas temperaturas, más garantías existen de un normal abastecimiento de gas durante el "verdadero" invierno. Tampoco parecen casuales los aumentos solapados en los combustibles líquidos, ni la pertinaz falta de gas oil. Para no hablar de los subsidios cruzados que, muchas veces, nadie termina de saber dónde terminan.
La energía es un problema en el país. Por eso, iEco le pidió a Daniel Montamat, titular de Montamat & Asociados y economista especializado, una aproximación al tema, cuyos puntos destacados son los siguientes:
Canastas energéticas
El Indice Monitor de Precios de la Energía (IMPE) mide la distorsión de los precios de la canasta energética argentina (petróleo, combustibles, gas y electricidad) respecto a una canasta energética que toma referencias de precios de la región.
El último IMPE de 0,69 nos dice que una canasta energética que en la región cuesta un peso ($1), en la Argentina cuesta 0,31 centavos de peso. En promedio, tenemos que multiplicar por tres los precios de la canasta energética argentina para alcanzar los precios a los que se vende la energía en la región.
Los promedios ocultan algunas diferencias relevantes. Por ejemplo, las tarifas residenciales están mucho más retrasadas que las tarifas industriales, donde, desde 2004 empezaron a hacerse ajustes. A su vez, los precios de los combustibles derivados del petróleo están menos retrasados que los precios eléctricos, y estos están menos retrasados que los precios del gas natural.
Como las distorsiones son significativas, el paso del tiempo ha hecho que las recomposiciones sean más dificultosas, por más que se instrumente una tarifa social para evitar reajustes en los sectores más vulnerables. La energía barata en términos relativos forma parte del poder adquisitivo y de los costos productivos de muchos presupuestos argentinos. Una recomposición real de las tarifas que descuente inflación resta poder de compra y afecta el patrón de crecimiento actual, muy dependiente del consumo doméstico. La economía puede desacelerarse.
Pero si no hay recomposición tarifaria, el desencuentro entre oferta y demanda de energía doméstica nos obliga a importar cada vez más energía con precios atados a un barril de más de 120 dólares (gasoil, fuel oil) y a un gas natural líquido de entre 15 y 18 dólares el millón de BTU (el barril argentino tiene un precio tope de 42 dólares y el gas promedio de las cuencas argentinas se paga 1,4 dólares el MMBTU).
Semejantes diferencias engrosan las cuentas de un subsidio millonario en dólares que crece exponencialmente y que beneficia más a los ricos que a los pobres.
Como el subsidio se paga con impuestos y no deja inversión de arrastre, la inversión pública en energía también tiene que sustituir a la inversión privada y financiarse con fondos públicos.
Esto aumenta el gasto, erosiona el superávit fiscal y retroalimenta la inflación. Estamos pues frente a precipicios por ambos lados de un estrecho corredor económico.
Si recomponemos las tarifas podemos enfriar la economía, pero si no lo hacemos podemos exacerbar la inflación. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Tarde o temprano, habrá que asumir la recomposición tarifaria y d e p recios de la canasta energética a partir del precio del gas natural en boca de pozo. Más temprano que tarde, si se hacen las reparaciones que requiere con urgencia el motor del "modelo productivo" (con chapa y pintura ya no basta). Aún con recomposiciones que sean el punto de partida de un plan energético integral tendremos algunos años de escasez y restricciones.
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