Por José Antonio Ocampo, ex ministro y profesor de la Universisdad de Colombia.
Fuente: Cambio, 01/05/2008
COLOMBIA SE HA BENEFICIADO en los últimos años, al igual que el resto de América Latina, de una coyuntura económica externa excepcional. La combinación de buenos precios internacionales de materias primas y condiciones de financiamiento externo favorables ha sido siempre una receta para un crecimiento económico acelerado. La última vez que habíamos visto esa combinación fue en la década de los setenta, otro período de crecimiento excepcional. Además, en los últimos años se ha agregado un nuevo elemento: las altas remesas de los migrantes. Ese contexto está cambiando rápidamente y se ha agregado un nuevo elemento, mucho más difícil de manejar: la inflación mundial de alimentos. En el caso colombiano, los roces diplomáticos con Ecuador y Venezuela se han agudizado a raíz del ataque al campamento de las Farc localizado en territorio ecuatoriano. La incertidumbre que ha generado el nuevo contexto internacional es enorme y ha creado inquietudes, no solo en Colombia sino en el mundo entero. La crisis financiera de Estados Unidos es el elemento más importante del nuevo contexto. Esa crisis se inició en un rincón del mercado de capitales, los títulos financieros respaldados por hipotecas de baja calidad, pero se ha ido extendiendo hasta transformarse en una crisis financiera general. De acuerdo con los estimativos recientes del Fondo Monetario Internacional, esa crisis tendrá un costo de un billón de dólares, equivalentes al 8 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos.
En términos de costo absoluto, es la peor crisis financiera de la historia mundial. En términos relativos ha habido otras crisis, pero esta tiene lugar en el principal centro financiero del mundo.
Pese a las medidas agresivas que ha tomado el Banco Central de Estados Unidos (la Reserva Federal) desde septiembre del año pasado, la crisis financiera no ha dado señales claras de haber tocado fondo. Además, aparte de la fuerte depresión en la actividad constructora y la caída de los precios de la vivienda, la menor disponibilidad de crédito ha afectado otras actividades económicas. Si hay o no una recesión, de acuerdo con las definiciones tradicionales (una caída de la actividad económica por dos trimestres consecutivos) lo sabremos cuando se conozcan los datos del primer semestre del año, pero la opinión se inclina mayoritariamente a que es así. La crisis norteamericana ha contagiado ya a Europa occidental, a Japón, a las exportaciones chinas y asiáticas en general y generará una desaceleración de la economía mundial, cuya magnitud es todavía objeto de debate.
La crisis de Estados Unidos nos golpeará por tres lados diferentes. El efecto más directo es la menor demanda de nuestras exportaciones. La segunda es posiblemente un menor monto de remesas, que se verán agudizadas por la persecución a los inmigrantes indocumentados, que ya es evidente y podría agudizarse a medida que aumenta el desempleo. La tercera y más compleja se da a través de los mercados financieros. Curiosamente, este último efecto ha sido hasta ahora el menos importante y ha operado, de hecho, en el sentido inverso al esperado: aumentando y no reduciendo la oferta de capitales. En efecto, aunque los márgenes de riesgo-país de Colombia (spreads sobre los títulos de deuda externa) han tendido a aumentar, como para los títulos de todo tipo, siguen siendo muy bajos y han sido compensados por las bajas en las tasas de interés de los bonos del Tesoro de Estados Unidos. Por eso, el rendimiento efectivo de los títulos colombianos ha seguido en niveles muy bajos, en torno a un 6%. Más aún, los capitales han seguido fluyendo hacia Colombia como hacia otros países en desarrollo, en marcado contraste con las crisis financieras internacionales precedentes (la crisis de la deuda de los años ochenta y la secuencia de las crisis asiática y rusa de 1997 y 1998).
Las dificultades más importantes, han surgido de un lado inesperado: la combinación de un aumento marcado en los precios internacionales de los alimentos y la reducción de las tasas de interés de la Reserva Federal para hacer frente a su crisis financiera. Esta combinación, sin precedentes hasta donde recuerdo, ha tornado el manejo de la política monetaria en los países latinoamericanos en una verdadera tragedia. Frente a la presión del precio de los alimentos, y del rápido crecimiento de la demanda agregada y el crédito internos, el Banco de la República no puede bajar las tasas de interés. Pero como la Reserva Federal las ha disminuido en unos tres puntos porcentuales, el margen entre las tasas de ambos bancos centrales se ha ampliado rápidamente: unos siete puntos porcentuales si tomamos como punto de partida el mes de abril de 2006, cuando el Banco de la República comenzó a aumentar las tasas. El resultado ha sido la atracción de capitales hacia el país y la revaluación del peso. Ya no existe la menor duda de que la tasa de cambio está sobrevaluada.
La mejor forma de verlo es a través de la cuenta corriente de la balanza de pagos, es decir de la diferencia entre las exportaciones e importaciones de bienes y servicios. Como lo muestra el gráfico, el déficit externo de la economía colombiana ha aumentado en forma muy rápida desde 2005, pese al auge de los precios de las exportaciones que ha generado una mejoría en los términos de intercambio, equivalente al 3 por ciento del PIB en 2007. En el pasado, los auges de precios del café se ahorraban en el país, como aconteció durante las bonanzas cafeteras de los años setenta y de 1986. Chile lo ha hecho en los últimos años con su bonanza cuprífera, ahorrando cerca de 7 por ciento del PIB por año. Colombia, en cambio, se ha gastado más que el auge de materias primas y por eso el déficit en cuenta corriente, ajustado por términos de intercambio, ha aumentado de 1,4 por ciento del PIB en 2004 a 6,5 por ciento el año pasado. En 2008, llegará al 8 por ciento del PIB. Medido así, tanto el déficit del 2007 como el del 2008 son peores que los de 1997. Más aún, Colombia fue el único, entre los siete países más grandes de América Latina, que tuvo un déficit en cuenta corriente elevado en 2007; la mayor parte tuvo, como América Latina en su conjunto, un superávit en cuenta corriente. De hecho, el déficit en cuenta corriente ha sido el principal mecanismo como se ha expresado en Colombia el exceso de demanda interna, no la inflación.
Como un elemento clave en esta historia es la revaluación, no dudo en decir que la sobrevaluación es hoy el principal problema de la economía colombiana. Cabe decir que Colombia comparte con Brasil el haber experimentado la mayor revaluación en los últimos años, que ha estado dominada en ambos casos por la entrada de capitales. La revaluación nos ha hecho muy vulnerables a cualquier giro adverso de los términos de intercambio y está afectando severamente a varias actividades exportadoras y a la diversificación productiva del país en general. A corregir la sobrevaluación y la tendencia adversa del déficit en cuenta corriente, debería dedicarle sus energías el Banco de la República y el gobierno, no a tratar de regresar a una meta de inflación que, a la luz de las circunstancias actuales luce artificial, en un contexto además en que la inflación sigue siendo, en cualquier caso, baja.
Para ello es necesario un paquete integral que incluye: la intervención del Banco de la República en el mercado cambiario; los encajes sobre endeudamiento externo, inversiones de portafolio y otras normas sobre giros al exterior (como la muy apropiada de acelerar los giros de las importaciones); el freno total del endeudamiento externo del sector público y la reducción en el ritmo de crecimiento del gasto público (8,6 por ciento real por año en los cuatro últimos años), y medidas adicionales para reducir la expansión del crédito. A mi juicio debería ponerse, además, un piso (aunque no un techo) a la tasa de cambio, superior ciertamente al nivel actual, que debería, además, devaluarse gradualmente: esto implica retornar por un tiempo al sistema de minidevaluaciones, pero pensadas como un piso de la tasa de cambio. Creo que las expectativas de más y más revaluación nominal han sido una de las fuentes de la fuerte atracción de capitales hacia el país. He dejado para lo último analizar los efectos de las tensiones diplomáticas. La normalización de las relaciones con Ecuador y Venezuela debe ser la prioridad de la política de relaciones exteriores de Colombia. Si la tensión diplomática escalara hasta afectar las transacciones comerciales, sería fatal para el país, ya que Venezuela y Ecuador absorben hoy casi la cuarta parte de las exportaciones colombianas y una proporción mucho más alta de las no tradicionales.
Afortunadamente, hasta ahora no hay señales de que la tensión vaya a manifestarse en este terreno. Debe agregarse que la economía venezolana adoptará en algún momento medidas de ajuste para enfrentar sus presiones inflacionarias internas y la propia sobrevaluación de su tasa de cambio oficial. Ese ajuste tendrá algún efecto adverso sobre nuestras exportaciones.
En su conjunto, con la excepción de la sobrevaluación, todos los otros efectos del panorama internacional actual lucen moderados y manejables. Por supuesto, no se puede descartar que la crisis internacional se profundice. Ahí yace la urgencia de frenar la revaluación, pero esta última es también esencial para mantener un crecimiento dinámico a largo plazo, que pasa por contar con una economía diversificada.
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