La peculiar adaptación asiática de Brasil
En el segundo mandato del presidente Lula se ha optado por una política económica que pretende compatibilizar la estabilidad con el relanzamiento del desarrollo y un fuerte impulso inversor industrial.
En 2007, Brasil habrá renovado su posición como la décima economía del mundo, apenas detrás de España y Canadá y, todavía, por delante de Rusia, Corea del Sur e India. El mismo ranking calculando el PIB por la paridad del poder adquisitivo (PPA) sitúa a Brasil como la octava economía apenas detrás de Italia y por delante de España y Canadá. Es la primera economía de América Latina y su PIB representa al menos un tercio del PIB de la región. ¿Cómo ha llegado Brasil a ser una economía tan destacada? ¿Cabe suponer que por ser además un país de dimensión continental ha establecido una amplia red de relaciones económicas con los países de América Latina a excepción de México?
La implantación del proceso de industrialización tardía, en los años cincuenta, y la expansión industrial de los años sesenta y setenta, hasta 1974, contribuyó a que la economía brasileña lograse un largo periodo de alto crecimiento con tasas chinas de un promedio del 7,8% anual. El crecimiento, durante este largo periodo se orientó hacia el mercado interno. Brasil se convirtió en una potencia industrial intermedia en el mundo, pero con una economía poco abierta al exterior. Entre 1974 y 1982 el proceso de industrialización se amplió a otros bienes intermedios y a bienes de capital aprovechando el ciclo de crédito internacional de ese periodo. El PIB promedio del país registró tasas anuales del 5,3% pero, como señalaron los profesores Lessa y Tavares, las fragilidades institucionales internas y el endeudamiento externo dieron al traste con el sueño de establecer un proyecto nacional de desarrollo autónomo.
En esta larga etapa, la reducida apertura externa determinó un bajo perfil en las relaciones económicas con los países latinoamericanos. Era un claro reflejo de que la estrategia de industrialización por sustitución de importaciones adoptada por los países de la región tenía un marcado carácter nacional que desestimaba la importancia de la integración de mercados (a pesar de la existencia de acuerdos formales como ALALC, MCCE y el Pacto Andino). La drástica desaparición de la liquidez internacional, tras la crisis de la deuda externa, obligó al país a la adopción de políticas de ajuste que permitiesen la obtención de jugosos superávit comerciales con los que cumplir con los bancos acreedores. La crisis financiera y el ajuste debilitaron al Estado, y entró en un proceso de alta inestabilidad económica y política que imposibilitó la reorientación del proyecto nacional de desarrollo y su articulación con esquemas regionales de integración. Aun así y a pesar de la falta de complementariedad productiva y comercial, los presidentes de Argentina y Brasil -Alfonsín y Sarney- lanzaron el Mercosur en los turbulentos finales años ochenta, un esquema que, contra viento y marea, sigue dando sus frutos hasta hoy.
En los primeros años noventa la globalización financiera incorporó a sus circuitos a las economías en desarrollo más destacadas presentadas bajo la nueva etiqueta de economías emergentes. La economía brasileña atravesaba por muy malos momentos, amenazada por la hiperinflación, pero, aun así, recibió significativas entradas de capitales. Los nuevos capitales contribuyeron a la recuperación y a la estabilización promovida con el Plan Real, pero enseguida apreciaron los tipos de cambio provocando crecientes déficit comerciales y de cuenta corriente, y colocando a la economía en una situación de fuerte dependencia de la financiación internacional. La globalización financiera no proporcionaba recursos para el desarrollo, sino que promovía en las economías emergentes una inserción externa de carácter financiero, que en la práctica determinaba la contracción del aparato productivo y una significativa fragilidad externa. En los países emergentes la fragilidad externa era la antesala de la crisis, y así se puso de relieve con las crisis de México (1994), los países asiáticos (1997/98), Rusia (1998) y, tras la drástica retirada de los capitales internacionales, de casi todos los países de América Latina entre 1998 y 2002. En Brasil la crisis se manifestó en enero de 1999, apenas iniciado el segundo mandato de F. H. Cardoso.
Durante los dos mandatos de Cardoso, Brasil siguió la doble estrategia de global trader y mayor integración con los países de América Latina. La estrategia dio sus frutos en ambos ámbitos. Con los países de América Latina se intensificaron, significativamente, las relaciones comerciales con Mercosur y también con el resto de los países de la región. Al finalizar la presidencia de Cardoso en 2002, el comercio con el área ya representaba el 18,5% de sus exportaciones y el 16,5% de sus importaciones. La creciente interrelación con los países latinoamericanos era de carácter comercial, aún era muy escasa la presencia de inversiones directas cruzadas. La intensificación de las relaciones era significativa y adquiría mayor relevancia a tenor del doble impacto negativo de la crisis financiera y de la desaceleración internacional que colocaron a muchos países de la región casi al borde de la insolvencia.
Cuando Lula tomó posesión en enero de 2003, apostó por una prudente ortodoxia para retirar al país de la insolvencia mediante una política fiscal austera -con el objetivo de superávit primarios que redujesen la relación deuda pública / PIB- y una política monetaria de metas de inflación. En su primer mandato esta estrategia de virtud contó con la fortuna de la expansión de la economía internacional que tiró de las exportaciones brasileñas, sobre todo a China y otros países asiáticos, con precios al alza. El tipo de cambio del real, depreciado por la crisis, contribuyó a la expansión de las exportaciones de manufacturas, y el país volvió a una senda de crecimiento liderada por las exportaciones con significativos superávit comerciales y de cuenta corriente. Al mismo tiempo, Brasil recuperó la capacidad de atracción de inversiones directas de empresas extranjeras hasta el punto de situarse en segunda posición del grupo de países emergentes sólo detrás de China.
Se originó, así, un cambio significativo en la inserción de Brasil en la economía internacional: la inserción financiera fue reemplazada por una inserción comercial similar a la seguida por las economías asiáticas, fortalecida con la entrada de inversiones directas. Con esta nueva inserción, las exportaciones pasaron de 57.000 millones de dólares en 2002 a 161.000 millones en 2007, casi el triple en cinco años; y el país ha obtenido elevados superávit comerciales y de cuenta corriente que, junto a las entradas de inversiones directas, le han permitido reducir pasivos externos y acumular un espectacular nivel de reservas: 182.000 millones de dólares a finales de 2007.
En el segundo mandato, iniciado hace un año, Lula ha cambiado el rumbo hacia una prudente ortodoxia compatible con el relanzamiento del desarrollo. Es decir, estabilidad con fuerte impulso de la inversión en sectores industriales intensivos en capital y en infraestructuras (con el PAC) con el dinamismo necesario tanto para un crecimiento sostenible como para el fortalecimiento de la capacidad exportadora y la sustitución de importaciones al estilo de las economías asiáticas -como señalan los profesores Coutinho y Belluzzo-, y atendiendo a la reducción de la pobreza y la mejora en la distribución de la renta. Esta estrategia permitiría alcanzar tasas de crecimiento superiores al 5% como en 2007 y contaría con el importante refuerzo externo de que el país ha alcanzado la autosuficiencia energética tras el hallazgo de los campos de Tupi.
En estos últimos cinco años se han intensificado las relaciones económicas entre Brasil y los países de América Latina y el Caribe. Sus mercados absorben el 26% de las exportaciones brasileñas y proveen del 18% de las importaciones, y además son el destino del 17,5% de las inversiones directas de las empresas de Brasil y el origen del 3% de las inversiones directas recibidas. Brasil parece apostar por intensificar la integración con los países de la región mediante un esquema de geometría variable que permita el desarrollo de la "fábrica América Latina" con alimentos, materias primas y energía, una adaptación particular de la "fábrica Asia". En esta línea se inscriben tanto los proyectos de infraestructuras transoceánicas como la Integración de América del Sur y el relanzamiento de las relaciones con México, América Central y el Caribe.
Alfredo Arahuetes es profesor agregado de Economía Mundial, ICADE-Universidad Pontificia Comillas e investigador del Real Instituto Elcano.
actualidad: Reuters, 19/03/2008 'Acciones y moneda de Brasil caen por desplome de materias primas'
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