La Tercera, Domingo 21/03/2010
En Chile los terremotos están en nuestro ADN; cada generación vive al menos uno que marca su historia. Y siempre nos convocan a buscar soluciones inscritas en un itinerario, donde el desarrollo nacional no debe dejarse de lado. Ahora debemos responder al terremoto del Bicentenario.
Las autoridades tienen razón cuando señalan que es momento de unidad nacional y, como siempre, se debe reflejar en torno a un conjunto de metas y valores comunes. No sólo es para reconstruir, es también para avanzar hacia el país que todos queremos.
Uno no puede dejar de pensar en Pedro Aguirre Cerda y el sismo que destruyó Chillán y otras ciudades. Entonces, como ahora, supimos de la solidaridad nacional e internacional. Pero también se dio un gran salto con la Corporación de Reconstrucción y Auxilio y, con visión de largo plazo, creó la Corporación de Fomento de la Producción. Por su parte, Jorge Alessandri enfrentó el terremoto de 1960, galvanizó la voluntad nacional y dejó como herencia regulaciones antisísmicas que se proyectan hasta hoy.
Pero Alessandri también fue cuidadoso en sus políticas: creó franquicias tributarias para los propietarios de viviendas que cumplían ciertas especificaciones, como el DFL N° 2. El mandatario decidió, además, que la tarea de reconstruir no debe impedir proyectos de futuro. Por ello, aunque no era aficionado al fútbol, cumplió con realizar el Mundial de 1962. De esta forma mostró al mundo no sólo un país capaz de levantarse, sino también cuidó la imagen y prestigio de Chile.
De eso se trata lo que debemos hacer ahora. Una cosa es la reconstrucción y otra la mirada estratégica de país. Durante la campaña presidencial, todos subrayaron la necesidad de mejorar la distribución del ingreso. Es cierto que esta distribución mejora con la acción eficaz del gasto público, pero tenemos que hacer un esfuerzo adicional por distribuir mejor. Entonces, cuando discutimos sistemas tributarios nuevos para financiar la reconstrucción, podemos poner esta meta en la discusión tributaria.
Hay que pensar muy bien cómo se financiará la tarea que viene. En 1985, como expuso el ministro de Hacienda de la época, gracias al terremoto pudo realizar cambios profundos que él quería para el país: continuó con la privatización de las empresas públicas y, de paso, otorgó facilidades tributarias muy generosas para los industriales de la construcción. Y a los gobiernos que se iniciaron en 1990 les costó mucho revertir esta última situación.
Si hoy ponemos la mirada en cómo reconstruir, sabemos que necesitamos cemento, acero, vidrio, madera, clavos, todo lo cual se produce en Chile y para lo que se requieren pesos. Hoy el país se puede dar el lujo de colocar bonos del Estado de Chile en pesos y no me cabe duda que serán bien recibidos por el mercado, gracias al manejo fiscal prudente y responsable de los últimos años.
Chile prácticamente no tiene deudas del sector público. ¿Afectará que podamos endeudarnos en un 10% del Producto Geográfico Bruto? Esta cifra en el mundo de hoy es muy, muy pequeña. Alemania, por ejemplo, tiene una deuda pública del orden del 70% del producto. Si queremos endeudarnos con créditos en el extranjero, se puede seguir deteriorando el tipo de cambio y afectar nuestras exportaciones.
Reedificar exige a las empresas de la construcción un gran esfuerzo, y éste se debe hacer pagando los impuestos que todos pagan en Chile. En estos días hemos visto expresado el concepto de solidaridad, pero las donaciones realizadas tienen que ser tales, es decir, sin esperar nada a cambio. No es adecuado cuando un particular realiza una donación y luego parte de ella la deduce de sus impuestos, porque en ese caso está donando dinero de todos los chilenos. Hay que evitar esta suerte de democracia censitaria: el que pone el dinero le dice al Estado que aporte otro tanto. La decisión de cómo se invierten los recursos públicos corresponde a todos los ciudadanos expresados a través del Parlamento.
Chile tendrá que competir en un mundo global, que en el futuro evaluará a los países por su emisión de gases de efecto invernadero. Una forma relevante para recudir estas emisiones es producir energía sin combustibles fósiles, como el carbón, petróleo o gas, y fomentar la energía renovable no convencional, como la energía eólica o solar. Por ello, si hay que construir cientos de miles de viviendas, ¿por qué no exigimos que todas tengan también su propio sistema de generación eléctrica solar o eólica, según el lugar de su emplazamiento? Es caro, se dirá, pero es mucho más barato si sólo tenemos que instalar las placas o aspas para producir electricidad, e inyectarla de inmediato a la red por el mismo cable con el cual recibimos energía de la compañía eléctrica. En ese caso no necesitaremos batería para acumular la electricidad generada, pues será la propia red eléctrica la que servirá de gran batería. Así es hoy en buena parte de los países de Europa o en el estado de California en Estados Unidos.
En definitiva, tenemos que avanzar para construir la unidad nacional en tres direcciones fundamentales: cuál es el Chile al que queremos llegar; cómo financiamos de una manera adecuada la reconstrucción y qué medidas concretas implementamos de inmediato. Debemos alcanzar decisiones que reflejen verdaderos consensos, donde la participación de todos es relevante, porque, sin duda, los desafíos planteados por el terremoto son un asunto de Estado, que supera al gobierno de turno. Para ello, es necesario el diálogo y la capacidad de aceptar los puntos de vista del otro.
El terremoto es una oportunidad para unirnos y dar un nuevo impulso al país que todos queremos. No fallemos ahora en esta gran tarea del Bicentenario.
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