[Firmado Gabriel Mistral , Río de Janeiro,
agosto 1940]
Fuente: La Política y el Espíritu,
Eduardo Frei Montalva, edición especial del Instituto Chileno de
Estudios Humanísticos ICHEH (1999) .
Última actualización de CiberAmérica: 15/01/2011
RECADO PARA EDUARDO FREI
El destino me trajo la presencia verbal de su libro
cuando más la necesitaba. Las almas flacas – y yo lo soy, digan lo
que digan mis críticos – estamos corriendo el riesgo de darnos al
desaliento de cualquier romanticismo, o bien el peligro mayor de
mirar el planeta, vuelto de revés con una repugnancia tal que nos
lleve a la huída de los místicos falsos. Y yo me defiendo, hasta
hoy, de estas malas cosas.
Su libro, Eduardo Frei, es de las mejores cosas que
a los largo de años se haya publicado en el género del ensayo
social en la América del Sur, aunque traiga la vestimenta de maestro
constructor y hasta de maestro albañil que decidió darle su gusto
de la modestia. Acertó Ud. en la forma literaria, tanto como en la
doctrina; el “barbilindismo” está harto desprestigiado en la
América Latina por toda la vanidad o todo el engaño que andan en
las escrituras llamadas estéticas.
Pero, le ha ocurrido a Ud. lo que a todas las gentes
honradas que trabajan al margen de la ambición y están exentas del
hábito criollo de mentir. Le ha pasado hacer un libro admirable sin
darse cuenta de ello, al igual del forjador de hierro, que sin
pretender sacar de su negocio con el metal sino unas simples rejas de
ventana o una lámparas para el mercado, vino a sacar obras maestras
que no necesitará vocear ni poco ni mucho, pues se venderán solas…
Sus ideas sociales de reconstrucción se me parecen
mucho al oscuro hierro forjado de los italianos y los belgas. Ellas
son sólidas, bien torneadas y serviciales.
He leído la obra capítulo a capítulo, en un largo
goce. Siento complacencia en el equilibrio que Dios le ha dado para
manejar el tema social valerosamente y sin perder el tino necesario
al que maneja fuego; me conmueve su radical honestidad en el trato
del adversario, verdadero fenómeno en un ambiente como el nuestro,
donde se niega al enemigo no ya la sal, sino el aire y suelo, y me
admira la capacidad de síntesis que le ha librado de la
pulverización en que paró el análisis de los ensayistas en el
siglo pasado.
Creo que muy pocos han sabido en Chile el crítico
social de primera agua que había en Ud., hombre sin frecuentaciones
literarias de círculo, chileno puesto en un barbecho pardo antes de
dar la obra.
Gracias, amigo mío, por estas virtudes cardinales
que pasan a enriquecer la chilenidad, pues según la ley cristiana,
rebosan de Ud. bañando casi la raza entera.
Ahora voy a caminar un largo trecho de tiempo al
lado suyo, porque los textos vitales como éste se parecen a una
marcha conversada.
CREACIÓN ORIGINAL Y ADAPTACIÓN EMPEDERNIDA.
Comencemos la ruta, hablando de… Europa. Parece un
juego de ingenio, pero Ud. ha dicho en esto también una verdad de
tomo y lomo: “Chile es por excelencia un país de repercusión, y
seguramente no hay otro donde se imite más servil y rápidamente al
Viejo Mundo”. A causa, amigo mío, de una educación que sólo ha
desarrollado en los mozos la forma marginal de pensamiento.
Debe seguir siendo muy grande nuestra quiebra de
imaginación, para que no haya en nosotros una pizca de creación ni
realista ni utópica que nos lleve a intentar alguna empresa política
criolla, la cual está marcada por el pulgar de una raza tan viril
como la chilena. Estamos obligados a pensar en que es la educación
quien mutila a nuestra juventud, porque la raza no tiene
amilanamiento y tampoco pereza. Quien nos mire es este momento ve en
Chile un espectáculo un poco grotesco: la “zalema” colonial
hacia los Imperios, idéntica a la que el Rey de Túnez o los
reyezuelos hindúes dan al Residente francés y al Príncipe de
Gales… Naturalmente que no se trata hoy de adular a estas dos
potencias, una caída y la otra acorralada. Lo mismo da; han cambiado
los soberanos y, para mayor novedad, existe un nuevo Imperio, el
soviético…
Debemos confesar que la “América inocente” del
poeta romanticón es una Ninfa Eco de cuerpo abolido, en carne de
fantasma, sin fuerza para dar el grito inicial. Y aquí la función
no deriva del organismo, pues “el Continente es una masa formidable
y Chile un cuerpo de metal absoluto, por eso mismo la invalidez para
crear un modulo propio de vida da un asombro, que resbala a cólera;
tanto leer de política, gracias a nuestras empresas que lo editan
todo; tantos años de vivir una vida americana, es decir, original;
tanto énfasis como el que corre por nuestros textos escolares de
Historia, y venir a parar en que no hallamos para salvarnos sino la
receta nazi, o la fascista, o la comunistoide, o la portuguesa o la
cavernaria, ¡cualquiera, menos la propia!
Nosotros no resistimos al éxito en ningún campo.
Nos embriaga como un alcohol de madera o de caña, arrebatándonos la
lucidez; nos evapora las flacas convicciones que tenemos y acaba por
apabullarnos enteramente. El exitismo sudamericano es algo
descomunal. Me conozco muy bien su cara vulgar; la he visto en la
condescendencia antes el dinero, ante el poder estatal, ante la
mediocridad personal afortunada. La victoria de tal cual régimen nos
convence como la macama con un golpe en la nuca y nos paraliza las
facultades de reacción, entregándonos al caporal extranjero. Eso le
ocurrio al pobre Atahualpa delante del puñado de blancos; eso mismo
al Moctezuma de los oráculos y eso también a los ilustres jacobinos
de 1810, que recogieron la receta francesa de pe a pa. Bien haya Ud.,
persona vacunada contra el espanto y contra algunos entusiasmos que
no son sino miedo. ¡Ud., a quien en este libro no se le siente
temblar del terremoto y que sigue mirando a su conciencia a la luz
misma del incendio! Le valen aquí sus clásicos cristianos, que no
se vuelven locos viendo las hogueras, porque siguen teniendo razón,
aunque la caso toda caigo sobre sus espaldas.
Quien lea su libro, sentirá a lo largo del texto la
pasmosa serenidad con que fue pensado y escrito. Y como el concepto
de juventud se le confunde a nuestra gente con el de agitación, su
lector se preguntará cuál es el secreto de esta mocedad hincada en
calma tal que maneja las llamas de sus angustias sin que se le
encrespe la sangre. Esta serenidad significa un coraje legítimo: no
hay valor verdadero que no sea tranquilo; las otras valentías son
unos pobres fuegos de bengala.
VIDA INTERNA
Pero su manso coraje saca el metal que nos ofrece
del lugar escondido donde se forman las cosas fundamentales: de la
vida interna vuelta hábito cotidiano. Ella es la buena fragua de
donde salen, además, las piezas hechas y derechas de la acción.
Hablar de la necesidad de una vida interna a un
joven de nuestro tiempo es soltar su carcajada, lo mismo que alabarle
la virtud de la oración en cuanto a préstamo sobrenatural. Alguna
vez yo les escuché la risotada y la tengo aún en mis oídos. Muy
natural es reír lo que no se conoce, aunque sea lo menos inteligente
del mundo. La vida interna constituye para el hombre espiritual algo
tan concreto como una siembra de lentejas y tan rotundo como los
cerros chilenos. Pero, o se la conoce al igual de esta cosas o se la
mirará como un vaho emocional o un fuego fatuo con el que juegan
niños ociosos. Bastante coraje demuestra Ud., en aludir algo que no
circula como moneda corriente en la Bolsa de la vida chilena. Hace
poco un hombre de otro orden, soldado de línea diferente, D. Enrique
Molina, se atrevió a indicar con dedo de Maestro hacia la región
sólida e inefable a la vez de la experiencia interna y el resultado
fue que incorporen a la beatería criolla…La vida interna ha dado a
Ud. el coraje que no teme el ridículo.
Corre de página a página de su obra una gran
elegancia moral expresada bajo la forma de la cordialidad, santo y
seña de una escritura espiritual. Sin perder nunca dicha elegancia,
atraviesa Ud. la ciénaga tropical de la política, que a esta hora
todos cruzamos con el lodo hasta la cintura.
DOS TRADICIONES SOMBRÍAS
Me faltan algunas materias que mucho me importan en
su libro admirable, por ejemplo las referencias a la Historia de la
América Española, cuando Ud. se ocupa del establecimiento de los
nuevos regímenes europeos. Habría que hablar al mismo tiempo de las
semillas importables y del terreno donde van a prender las muy
exóticas, siete veces intrusas.
La dictadura militar no es ninguna novedad entre
nosotros, como que ella representa nuestra doble tradición. La
Historia hispanoamericana no viene a ser otra cosa que el trance de
una Libertad Pasión, de la que llamaría Unamuno una
Libertad-Agónica que hace su Vía Crucis cayendo y levantando. Como
han llegado los tiempos del buen comer y el buen beber traducidos a
la doctrina política, los jóvenes que antes juraban su fe al
ministerio de agonía, ahora abandonan su Cristo-Libertad, quien no
puede dar el vino del poder ni la grosura del logro fiscal.
Posiblemente Ud., como muchos de su generación, no
haya leído entera la novela trágica por excelencia que es la
historia de los pueblos hispánicos; pero su vieja amiga se ha
magullado sobre el tendal de espinas, y esta sangre gotea de su
memoria siempre.
Nuestra verdadera tradición se llama tiranía: el
caciquismo de los indios, que se apartó de lo cavernario sólo en el
noble Imperio de los Incas, y el caudillo español, cuyo cogollo más
limpio y decoroso (?) sería la dictadura porfiriana de México.
Nacimos de semejante ángulo y aún no salimos de él.
Cualquier régimen de autoridad que traigamos por el
mar tendría la suerte de aquellos animales exóticos que en la
América degeneran en el pelaje y la carnazón de nuestros carneros
criollos. Pensar en que guarden la “allure” europea, o en que
chupen de nuestro limo la esencia racial de que vivían allá, es una
inocentada y una majadería. Los nazistas quieren hacernos un nazismo
diz que superado, careciendo de los mitos germánicos que comprenden
desde la fábula familiar hasta los dramas musicales de Waer y siendo
este material de embriaguez heroica lo que ha hecho posible una
curiosa mixtura de ensueño y de acción, de terremoto imaginativo y
de realización práctica. Quieren fabricarnos pro la fuerza una
organización cuya técnica Alemania viene preparando desde hace
siglos, sin apartarse nunca de su doble sio de delirio cesáreo y de
disciplina científica. Para llegar a eso nosotros, pueblos asomados
a vivir, no tenemos ni el idealismo filosófico de los germanos en el
pasado ni su materialismo vertical del presente, que ellos han
logrado fundir en un bloque.
Y en cuanto al método fascista, que tanto tienta a
nuestros reaccionarios, los pocos hombres con cultura clásica que
tenemos, han dicho ya a los líderes desaforados que nos faltan 4.000
años de cultura latina, de esa que los tales líderes detestan tanto
como la ioran.
No, lo que tendremos en la pobre América Latina si
hacen su gana los ensayistas trágicos que van y vienen,
alcoholizando el pueblo inocente con las victorias… europeas; lo
único que en esa orilla brotaría después de su siembra de locos,
habría de ser la vieja matonería indo-española, el machitún
alegre del bando que pone al fuego a sus enemigos o los hecha por el
mar hacia el destierro.
Ningún odio siento hacia el pueblo alemán, cuya
imaginación fue siempre para mí una fiesta lírica y ni aún no
tengo empacho en decir que su música me ha regalado las mayores
exaltaciones que se puedan recibir de una fuente que no sea la
naturaleza. No puedo, además, hablar con repugnancia de un pueblo
cuyo mujerío maravilloso me conmueve en fidelidad a una tradición
mujeril de treinta siglos.
Y cualquiera que me conozca sabe que el pueblo
italiano es el que yo amo más entrañablemente en este mundo, al
lado del criollaje americano. Por lo tanto, no salta del odio mi
asombro de que pueda siquiera pensarse entre nosotros en nazismos y
fascismos como en el maíz y la mandioca…Conozco a aquellas razas
que nuestros líderes atarantados creen conocer sólo porque leen
unos cuantos folletitos de propaganda; la he convivido; las he
seguido media vida; las estimo y las amo por sí mismas…y sin
relación posible con nosotros en la realidad de su costumbre civil o
guerrera. La iorancia americana necesita ser fenomenal para vocear
nuestra simulación a una forma de vida tan lejana de la índole
criolla como otro sistema solar. Hay que tener una bobería infinita
para prescindir mentalmente de una experiencia histórica y de hecho
que significa un estilo racial y vivir predicando el transporte de
tales regímenes a nuestro Continente, más indio que español y el
los español poco latino y menos gótico aún. Sería cosa de reír
de la baladronada, si los tiempos fuesen de chanzas y si fuese dable
divertirse ante una experiencia que equivale a abrir un res el cuerpo
de la Patria, sólo por medir su resistencia a la sangría de
tremendo ensayo.
LAS MUJERES Y EL ESTADO
Ahora digamos algo del otro asunto que me falta en
su hermoso libro. El tema del sufragio femenino, amigo Eduardo Frei,
eso me falta.
El sufragio no es gran cosa en su aspecto formal,
que es el único que ha tenido hasta hace poco, pero en el año 1940,
cuando se pretende mudar la esencia mismo del Estado, habría que
pensar en que decidan del destino de la chilenidad hombres y mujeres.
La vieja disputa entre el conceder, el negar, o el
retardar el voto mujeril, me parece más cómica que astuta. Las
izquierdas lo aceptaron siempre en forma teórica y mientras fueron
minoría dieron batallas por el sufragio femenino; los conservadores
lo rechazaron siempre como principio, por espíritu tradicionalista,
pero hoy ablandan el ceño ante la reforma porque piensan en que
nuestros votos bien pudieran ayudarles en la encrucijada donde se
hallan. Las mujeres no ponemos gran cosa en el debate, que los
hombres prosiguen solos, haciéndose a la vez jueces y partes… como
nos gusta poco la demagogia, no nos echamos en desfiles chillones por
las calles y sólo reímos de la gran hipocresía de los
dispensadores de vida y muerte..El Presidente Aguirre, feminista de
doctrina y hechos, tenga el coraje de ponerse entre los dos frentes
fariseos y su intervención nos valga esta justicia que no necesita
alegato, que es clara como el cielo chileno y que agobia a los
pleitadores con su luz cenital.
¿Van, ellos, a dispones de la suerte del mujerío,
es decir, de dos millones de ciudadanos chilenos, no a pleno derecho
(?) sino a pleno antojo? ¿Van a hablar hoy como antes de nuestro
analfabetismo, siendo ellos los aceptadores más despreocupados del
analfabetismo que los elige cada cuatro años?
Al mundo rojinegro, sanguinoso y encenizado a la
vez, que ellos no han hecho y siguen haciendo, ¿no tendría la mujer
nada que llevar, con el fin de salvar siquiera algunas partícula de
salud, de orden y de pulcritud republicana? Y sin no tuviésemos las
mujeres cosa alguna que pedir, porque nos hayan dado cuanto es
menester, ¿no aceptarán ellos siguiera el concepto de que podemos
velar por los niños que forman un tercer lote humano ausente de las
Cámaras y la porción puesta la margen por muchas conciencias
viriles?
Eduardo Frei, Ud. también nos olvidó, este desliz
en una mente tan escrupulosa como la suya, le declara a su amiga
mejor que cualquier otro dato, la inefable despreocupación de
nosotros que hay en las cabezas capitanas no sólo de Chile… sino
del planeta. ¡Merecen Uds. un premio de olvido, una cruz de hierro
aplicada a la más estupenda distracción! El pecado no debe
avergonzarle por ser allí universal y por ser, probablemente, un
atributo viril, según se ha visto en ingleses, franceses, españoles,
etc. (habría que añadir todos los nombres gentilicios…)
NOMBRES EUROPEOS
El único trabajo que me da la lectura de su libro
es el de los nombres de algunos regímenes sociales. Será verdad
aquello de que nombrar las cosas morales es la mayor hazaña que cabe
a los hombres, cuando logran el nombre que calza bien al objeto y que
es la peor fuente de conflictos cuando el nombre no desia con una
exactitud vertical. Siempre nombrar me pareció un problema, pero en
esta lectura se me vuelve un abismo. Cuando en Europa las gentes me
preguntaban si en tal o cual país de la América había
“democracia”, “socialismo”, “dictadura” o “anarquía”,
mi embarazo era el mismo de hoy. Eso no, solía decirles a la primera
consulta. Venía la segunda. Tampoco eso, y el diálogo solía acabar
con un silencio o con una sonrisa. Y el sonreír no era hurtar, sino
respetar las palabras, así las mejores como las peores. Porque
nuestro continente, hijo de la confusión desde la sangre a las
ideas, no tiene clasificación europea posible en los asuntos
sociales. El Uruguay me salvaba siempre; eso es una democracia lisa y
llana desde hace treinta o más años. ¡Qué alivio poder descansar
en un sustantivo indudable!
Las mujeres tenemos el grave inconveniente de no
tomar en cuenta para nada los afiches, los folletos, ni aun los
libros. Somos los seres más incrédulos del mundo en lo que toca al
recitado de los programas políticos. No nos dicen nada. Creemos, con
Santo Tomás, en lo que se ve y se toca; de allí nuestra limitación
y también nuestra utilidad de testigos. Damos fe a la costumbre que
nos rodea, a cuanto vemos hacer, al cómo vemos trabajar, gozar,
sufrir; a la realidad de un país que aparece en la mesa del burgués,
del obrero y el campesino.
Dígole, pues, amigo mío, que yo tengo dos
corporativismos en mis ojos y no le nombro cuáles, porque el
Reglamento Consular me deja todavía pensar, pero no me permite
nombrar países. Los dos corporativismos que me tengo vividos son tan
diversos uno del otro, que no es posible casarlos bajo un nombre
común.
El tercer corporativismo que poseo es el de la
República de Florencia, y éste a medias, puesto que no lo
vi…Siempre me pareció un equilibrio entre aristocracia y pueblo,
el mejor que tal vez se haya logrado, pero que duró poco, porque
nuestra pobre humanidad no gusta de lo difícil y aquello era
empinado por ser profundo y fino.
¿Qué hago para clasificar al artesanado
florentino? ¿Qué clase era la de esos hombres, los mayores de su
tiempo? ¿Eran pueblo? ¿Eran lo que se llama, con una palabra cursi
élite pura e indiscutible, o sea aristocracia? ¡Pero qué salarios
tan infelices para una clase semejante de maestros en profesiones y
oficios!
Otra vez aquí, Eduardo Frei, me detengo y por una
obligación que me impuse al comenzar: la de no descorazonar a Ud.,
hombre joven. Por otra parte, sería preciso escribir un libro
respecto a un asunto de tal categoría...
CLASE MEDIA CHILENA
Tenemos que decir muy claro y preciso que la clase
media tiene en Chile un aprovisionamiento tan caro de sus necesidades
que en cada trance revolucionario nuestra magra hacienda de país
pobre se queda en poder de ella y que a nuestra fabulosa miseria
popular, sólo se aplican las raspas de la marmita estatal. Yes que
la muy ávida ama bastante el lujo. No hay en Europa clase media tan
poco leales al pueblo en la hora de liquidar la victoria, como la que
hemos visto nosotros dos en los últimos aos de nuestra Patria. Toda
mi vida vi claro en esto y supe que cuanto tenemos en recursos
fiscales debe ser aplicado con una prisa quemante a la clase que en
Chile no tiene suelo, muro, mesa, ni lecho, que no posee sino luz y
aire, al pueblo rural. La espiritualidad de la clase media parece que
estuvo hecha en el Medievo de la diferencia creada entre el trabajo
realmente bruto, en que hacía el siervo, y el trabajo de creación,
a lo menos de esmerado amor, que se entregaba a otros trabajadores
por su mayor fertilidad o su mayor cultura. Dicha espiritualidad se
va evaporando a ojos vistas. En nuestras profesiones, es standardismo
deslizado incluso en los magisterios, más afiladamente espirituales,
como la docencia o la abogacía, están minando la vieja norma que
entregó a esta clase la defensa del Espíritu, a través de un
trabajo prócer, más próce que todos los castillos fuedales del
Medievo.
Si me ofrecen el regreso a aquel gran decoro, me voy
con el que sea capaz de cumplirme de veras la fórmula. No tengo
ningún interés en la promoción hacia una clase cuyos menesteres
son son los míos, en cuya menera de placer yo no tengo ningún
agrado y cuyo poder no le ambiciono ni en mínima parte.
Pero, amigo mío, usted sabe que la mitad de los
doctores sociales medievalistas traen bien clara sobre la frente la
arruga de una torva intención: defienden el salario medieval y la
vuelta a la nada el pechero infeliz.
Nadie ha entendido mejor y vivido más la clase
media en su honra esencial y nadie ha dicho mejor esta asunto que el
grande y querido Charles Péguy, y no es que diese fórmulas - él no
era ni profesor ni farmaceútico - ; él vivió, sencillamente, en
artesano medieval y por la fuerza que da el aceptar un oficio, y en
él una misión, Charles Péguy aparece hoy como el hombre
mejor de su generación de "revoltés" fracasados.
Usted sabe, amigo Frei, que esos hombres no los
produce la confusión de los pueblos nuevos ni el desorden de las
democracias improvisadas. El podía ¡dichoso hombre! hablar de la
Edad Media que su patria vivió. Nosotros quemamos la etapa y somos
pobres de una pobreza particular y mala.; la de carecer de ciertas
experiencias profundas; nuestra edad primitiva - la india - la
renegamos; y el Medievo español apenas lo conocimos, pues de golpe y
porrazo caímos en el bríc-à-brac de las democracias fabricadas
como los carros Fords o el javón Palmolive.
FATALIDAD AMERICANA
Tenemos que hacernos el alma a gran prisa, lo mismo
que los yanquis, y parece que para este grave asunto no sirve ni
mucho ni poco el molde de la época. ! Menuda pretensión ser un
moderno sin haber sido ni clásico ni un medieval! !Y tan orondos que
andamos en nuestras universidades oficiales de haber tirado el latín,
que a lo mejor nos significaba el contacto con dos edades ilustres,
como quien dice, el atrapar el pecho materno y beber su leche,
creadora del hueso y del músculo!
Por eso no soy, yo, amigo mío, eso que llaman una
optimista. Hemos nacido con cierto pecado original que nos aplebeyará
por cien generaciones conjuntamente la vida y las empresas; nacimos
cortados de las líneas nobles que forman una verdadera casta. De ser
hindúes, tendríamos un clasicismo en sánscrito; de ser chinos, nos
ampararía el rocío de aquella vieja sagesse. Pero hemos querido
este absurdo: renegar las dos culturas del Continente, despreciar el
clasicismo español y adoptar para nuestra formación el bazar del
siglo XIX. (Mudar de color).
En la Argentina ni en el Uruguay he visto una clase
media tan absorbente, pues ella sabe allí que una evolución , y con
más razón una revolución en almácigo, debe ser verticalmente
dirigida a la redención del pueblo, aunque esos dos países carecen
enteramente del pobrerío desnudo y descalzo que camina por las
carreteras de Chile.
Me parece, amigo mío, que cuanto se dice del
corazón encallecido y de la mentalidad social egoistona de nuestra
clase rica, hay que decirlo también de la que viene en seguida, o
sea, de aquella mitad de la clase media santiaguina. Y ya es
necesario que la crítica social considere a nuestra clase, la suya y
la mía, como partida en dos: la burguesía y la pobre, aquélla
vuelta un costado de la plutocracia y ésta, una lonja superior del
pueblo; no hablemos más de tres clases… sino de cuatro y aun de
cinco, ya que la masa obrera aventaja enormemente en salario a la
infeliz masa campesina. Más cómodo era tratar del país en las tres
rayas clásicas, pero eso resulta bastante falso a estas alturas del
tiempo…
LA TRADICION LIBERTADORA
Los lectores – no Ud.- dirán, leído lo anterior,
que soy una pesimista radical, tan odiosa como algunos viejos
conservadores de Chile. No tanto, no…
Paralela a la tradición española y a la india de
matonismo impenintente, corre otra línea racial, camina otra raya
tradicional bastante visible: la de los iberos pleitadores de sus
fueros y que desde 2000 años han vomitado el liberticidio, desde los
pastores iberos has los católicos vascos y los catalanes de índole
provenzal. Y dentro de las masas indias aceptadoras del matón
vernáculo o español, hubo siempre el indio indómito, el
Xicostencatl que decía ¡no! con una terquedad de cactus americano
sin manoseo sobre su cabeza libre y llena de púas.
En la vida americana, esta doble tradición
libertaria se ha mantenido con una empecinada vitalidad; está
intacta y yo creo que atenta; se parece a las aguas subterráneas:
apenas echan seales de sí, pero no se han acabado, las muy
preciosas…
Los apóstoles de la dictadura a toda costa, pueden
engreírse de ver las pobladas a quienes convencen ( no es difícil
embriagar a los pueblos, sean mestizos, sean caucásicos); pueden los
envalentonados hacer todos sus cálculos y planear sus “buenas”
venganzas. No conocen las entrañas de su América mestiza, como que
no confiesan nunca su mestizaje. La verdad última, la que cuenta, es
que ningún pueblo indoamericano dejó jamás de sentir repugnancia
de su tirano o su tiranuelo, que siempre hubo un grupo – el de los
tercos – que siguió el cortejo del vencedor diciéndole en una
interjección o un rezongo mascullado alguna expresión mucho más
clavadora que el “Acuérdate de que eres mortal”. La honra de
nuestra historia es precisamente ésta: los países mestizos nunca
dejaron de sentirse irritados, y cuando menos disgustados, del tirano
benévolo y no digamos del perverso. Un desasosiego constante, un
malestar vago o agudo, una sensación viva de vergüenza , acompañó
siempre a los 21 pueblos nuestros que han subido la escala del
absolutismo, desde el jalón más suave hasta el más agrio.
Yo, la pesimista, descanso en lo que me sé, ¡y no
de oídas! Yo me fío a esa historia vista y leída, asistiendo a los
preparativos de la nueva feria que trae cuatro o cinco modelos: el
alemán, el soviético, el italiano y sus combinaciones. Y como creo
a mi manera en la sangre, me alivio en la vigilia angustiada que vivo
sobre esta almohada de nuestra tradición. La América mestiza
produce hoy el mayor número posible de liberticidas; pero tarde o
temprano amanece la sorpresa y llega el buen burlador parecido ¡él
también a Zarathustra! Llega callado y solo, pero en poco tiempo es
legión y hace su faena de limpieza.
LA UNIFICACION
Todavía es tiempo, amigo mío, de salvarnos con un
poco de buena voluntad. Podemos aún revalidar nuestro régimen a
base de anchas reformas que no lo hagan un aliado de la anarquía; o
podemos optar por la adopción de una modalidad propia, en el caso de
que nos decidamos a crear, dando la cara corajuda a cuantos riesgos
trae consigo una creación. Para ello necesitamos aproximar a
nuestros ácidos partidos políticos. Estamos en plena bandería y el
espectáculo del mundo parece que no nos causase angustia alguna.
En la faena de unidad, Ud. y sus semejantes en
espíritu tienen un lugar de todo derecho y bien podría decirse que
un lugar excepcional. Porque Uds. no vienen marcados con las viejas
culpas y tampoco sustentan la fe boba de los futuristas. Hay que
decir, otra vez, que sus clásicos les han dado el recelo de la vejez
- el clásico es el antiguo y nunca el viejo- y que les han puesto la
narigada de sal de sensatez, a fin de que recelen mucho de las
piruetas que pueden resultar mortales, coomo la del saltarín
vanidoso.
En el impase en que nos hallamos, con dos frentes de
anchura semejante y de testarudez parecida, se me ocurre que las
almas de su categoría sean las tienen los labios más puros para
pronunciar la palabra “unificación”, sospechosa en otras bocas,
y la otra más alta de “unidad”.
Los acontecimientos, que llegan con una rapidez sólo
parecida a la de los sueños, no pueden vernos defendidos sino a
condición de que estemos acordados. Es difícil que una legión de
traidores pueda hacernos más daño del que nos hace un millón de
chilenos decididos a pelear… el poder que reparte los cargos
públicos. Es un espectáculo que parece de tribus el que estamos
dando a la hora en que a ningún pueblo con juicio le importa el
partido A ni Z, porque no se discute en medio del fuego y, ante todo,
es preciso salir de la hornaza para cambiar unas cuantas razones.
La frase de “Unión Nacional” ha servido en el
pasado para muchísimas componendas feas, bien lo sabemos. Pero ahora
no se trata de aquellas pobres malicias santiaguinas sino de
salvarnos o de perdernos juntos, queramos o no entrar en la epilepsia
del Viejo Mundo; amemos o detestemos al vencedor. Ningún bando tiene
el derecho de disponer de nuestro destino colectivo y echarnos de
bruces en su aventura, sólo por dar gusto a su doctrina, o a su
vanidad o a su granjería. Estamos en algo parecido a una hora
plebiscitaria, en la que cada chileno quiere hablar y ser oído y la
única manera de sosegar esta ansiedad es el que se haga una pausa
que dure mientras se liquida la catástrofe.
El nombre desprestigiado de “Unidad Nacional” se
rehace de pronto como un cuerpo transfigurado, pierde su vieja
miseria y logra un rostro conocido, el semblante de 1810, nada menos
que eso. Vivimos la circunstancia mayor de hace 130 años. Tomar la
posición entera de este concepto, vivirlo con todas las potencias,
“realizarlo”, como dice el inglés, significaría para nosotros
soltar la corteza envenenada de nuestra discordia y mudarnos de tal
modo que pasemos a hablar, a hacer y a vivir, durante estos meses, de
una manera absolutamente sensata.
Tenemos bastante olvidado el gran trance; lo
celebramos sólo con algún pobre discurso diciochero y nos cuesta
entender que los tiempos regresan como la marea y que vuelven
trayendo los mismos quiebros abismales y la misma crestería amarga.
Le saluda agradeciéndole este libro claro como un
diamante y lleno de lucidez viril, su amiga y paisana.
(Fdo.) GABRIELA MISTRAL,
Río de Janeiro, agosto de 1940
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