21 enero 2008

Gabriela Mistral. Recado para Eduardo Frei. Prólogo de Gabriela Mistral al libro 'Política y Espíritu' de Eduardo Frei Montalva.

Prólogo de Gabriela Mistral al libro ‘La Política y el Espíritu’ de Eduardo Frei Montalva.
[Firmado Gabriel Mistral , Río de Janeiro, agosto 1940]
Fuente: La Política y el Espíritu, Eduardo Frei Montalva, edición especial del Instituto Chileno de Estudios Humanísticos ICHEH (1999) .
Última actualización de CiberAmérica: 15/01/2011


RECADO PARA EDUARDO FREI

El destino me trajo la presencia verbal de su libro cuando más la necesitaba. Las almas flacas – y yo lo soy, digan lo que digan mis críticos – estamos corriendo el riesgo de darnos al desaliento de cualquier romanticismo, o bien el peligro mayor de mirar el planeta, vuelto de revés con una repugnancia tal que nos lleve a la huída de los místicos falsos. Y yo me defiendo, hasta hoy, de estas malas cosas.

Su libro, Eduardo Frei, es de las mejores cosas que a los largo de años se haya publicado en el género del ensayo social en la América del Sur, aunque traiga la vestimenta de maestro constructor y hasta de maestro albañil que decidió darle su gusto de la modestia. Acertó Ud. en la forma literaria, tanto como en la doctrina; el “barbilindismo” está harto desprestigiado en la América Latina por toda la vanidad o todo el engaño que andan en las escrituras llamadas estéticas.

Pero, le ha ocurrido a Ud. lo que a todas las gentes honradas que trabajan al margen de la ambición y están exentas del hábito criollo de mentir. Le ha pasado hacer un libro admirable sin darse cuenta de ello, al igual del forjador de hierro, que sin pretender sacar de su negocio con el metal sino unas simples rejas de ventana o una lámparas para el mercado, vino a sacar obras maestras que no necesitará vocear ni poco ni mucho, pues se venderán solas…
Sus ideas sociales de reconstrucción se me parecen mucho al oscuro hierro forjado de los italianos y los belgas. Ellas son sólidas, bien torneadas y serviciales.
He leído la obra capítulo a capítulo, en un largo goce. Siento complacencia en el equilibrio que Dios le ha dado para manejar el tema social valerosamente y sin perder el tino necesario al que maneja fuego; me conmueve su radical honestidad en el trato del adversario, verdadero fenómeno en un ambiente como el nuestro, donde se niega al enemigo no ya la sal, sino el aire y suelo, y me admira la capacidad de síntesis que le ha librado de la pulverización en que paró el análisis de los ensayistas en el siglo pasado.
Creo que muy pocos han sabido en Chile el crítico social de primera agua que había en Ud., hombre sin frecuentaciones literarias de círculo, chileno puesto en un barbecho pardo antes de dar la obra.
Gracias, amigo mío, por estas virtudes cardinales que pasan a enriquecer la chilenidad, pues según la ley cristiana, rebosan de Ud. bañando casi la raza entera.
Ahora voy a caminar un largo trecho de tiempo al lado suyo, porque los textos vitales como éste se parecen a una marcha conversada.


CREACIÓN ORIGINAL Y ADAPTACIÓN EMPEDERNIDA.
Comencemos la ruta, hablando de… Europa. Parece un juego de ingenio, pero Ud. ha dicho en esto también una verdad de tomo y lomo: “Chile es por excelencia un país de repercusión, y seguramente no hay otro donde se imite más servil y rápidamente al Viejo Mundo”. A causa, amigo mío, de una educación que sólo ha desarrollado en los mozos la forma marginal de pensamiento.
Debe seguir siendo muy grande nuestra quiebra de imaginación, para que no haya en nosotros una pizca de creación ni realista ni utópica que nos lleve a intentar alguna empresa política criolla, la cual está marcada por el pulgar de una raza tan viril como la chilena. Estamos obligados a pensar en que es la educación quien mutila a nuestra juventud, porque la raza no tiene amilanamiento y tampoco pereza. Quien nos mire es este momento ve en Chile un espectáculo un poco grotesco: la “zalema” colonial hacia los Imperios, idéntica a la que el Rey de Túnez o los reyezuelos hindúes dan al Residente francés y al Príncipe de Gales… Naturalmente que no se trata hoy de adular a estas dos potencias, una caída y la otra acorralada. Lo mismo da; han cambiado los soberanos y, para mayor novedad, existe un nuevo Imperio, el soviético…
Debemos confesar que la “América inocente” del poeta romanticón es una Ninfa Eco de cuerpo abolido, en carne de fantasma, sin fuerza para dar el grito inicial. Y aquí la función no deriva del organismo, pues “el Continente es una masa formidable y Chile un cuerpo de metal absoluto, por eso mismo la invalidez para crear un modulo propio de vida da un asombro, que resbala a cólera; tanto leer de política, gracias a nuestras empresas que lo editan todo; tantos años de vivir una vida americana, es decir, original; tanto énfasis como el que corre por nuestros textos escolares de Historia, y venir a parar en que no hallamos para salvarnos sino la receta nazi, o la fascista, o la comunistoide, o la portuguesa o la cavernaria, ¡cualquiera, menos la propia!
Nosotros no resistimos al éxito en ningún campo. Nos embriaga como un alcohol de madera o de caña, arrebatándonos la lucidez; nos evapora las flacas convicciones que tenemos y acaba por apabullarnos enteramente. El exitismo sudamericano es algo descomunal. Me conozco muy bien su cara vulgar; la he visto en la condescendencia antes el dinero, ante el poder estatal, ante la mediocridad personal afortunada. La victoria de tal cual régimen nos convence como la macama con un golpe en la nuca y nos paraliza las facultades de reacción, entregándonos al caporal extranjero. Eso le ocurrio al pobre Atahualpa delante del puñado de blancos; eso mismo al Moctezuma de los oráculos y eso también a los ilustres jacobinos de 1810, que recogieron la receta francesa de pe a pa. Bien haya Ud., persona vacunada contra el espanto y contra algunos entusiasmos que no son sino miedo. ¡Ud., a quien en este libro no se le siente temblar del terremoto y que sigue mirando a su conciencia a la luz misma del incendio! Le valen aquí sus clásicos cristianos, que no se vuelven locos viendo las hogueras, porque siguen teniendo razón, aunque la caso toda caigo sobre sus espaldas.
Quien lea su libro, sentirá a lo largo del texto la pasmosa serenidad con que fue pensado y escrito. Y como el concepto de juventud se le confunde a nuestra gente con el de agitación, su lector se preguntará cuál es el secreto de esta mocedad hincada en calma tal que maneja las llamas de sus angustias sin que se le encrespe la sangre. Esta serenidad significa un coraje legítimo: no hay valor verdadero que no sea tranquilo; las otras valentías son unos pobres fuegos de bengala.




VIDA INTERNA
Pero su manso coraje saca el metal que nos ofrece del lugar escondido donde se forman las cosas fundamentales: de la vida interna vuelta hábito cotidiano. Ella es la buena fragua de donde salen, además, las piezas hechas y derechas de la acción.
Hablar de la necesidad de una vida interna a un joven de nuestro tiempo es soltar su carcajada, lo mismo que alabarle la virtud de la oración en cuanto a préstamo sobrenatural. Alguna vez yo les escuché la risotada y la tengo aún en mis oídos. Muy natural es reír lo que no se conoce, aunque sea lo menos inteligente del mundo. La vida interna constituye para el hombre espiritual algo tan concreto como una siembra de lentejas y tan rotundo como los cerros chilenos. Pero, o se la conoce al igual de esta cosas o se la mirará como un vaho emocional o un fuego fatuo con el que juegan niños ociosos. Bastante coraje demuestra Ud., en aludir algo que no circula como moneda corriente en la Bolsa de la vida chilena. Hace poco un hombre de otro orden, soldado de línea diferente, D. Enrique Molina, se atrevió a indicar con dedo de Maestro hacia la región sólida e inefable a la vez de la experiencia interna y el resultado fue que incorporen a la beatería criolla…La vida interna ha dado a Ud. el coraje que no teme el ridículo.
Corre de página a página de su obra una gran elegancia moral expresada bajo la forma de la cordialidad, santo y seña de una escritura espiritual. Sin perder nunca dicha elegancia, atraviesa Ud. la ciénaga tropical de la política, que a esta hora todos cruzamos con el lodo hasta la cintura.


DOS TRADICIONES SOMBRÍAS
Me faltan algunas materias que mucho me importan en su libro admirable, por ejemplo las referencias a la Historia de la América Española, cuando Ud. se ocupa del establecimiento de los nuevos regímenes europeos. Habría que hablar al mismo tiempo de las semillas importables y del terreno donde van a prender las muy exóticas, siete veces intrusas.
La dictadura militar no es ninguna novedad entre nosotros, como que ella representa nuestra doble tradición. La Historia hispanoamericana no viene a ser otra cosa que el trance de una Libertad Pasión, de la que llamaría Unamuno una Libertad-Agónica que hace su Vía Crucis cayendo y levantando. Como han llegado los tiempos del buen comer y el buen beber traducidos a la doctrina política, los jóvenes que antes juraban su fe al ministerio de agonía, ahora abandonan su Cristo-Libertad, quien no puede dar el vino del poder ni la grosura del logro fiscal.
Posiblemente Ud., como muchos de su generación, no haya leído entera la novela trágica por excelencia que es la historia de los pueblos hispánicos; pero su vieja amiga se ha magullado sobre el tendal de espinas, y esta sangre gotea de su memoria siempre.
Nuestra verdadera tradición se llama tiranía: el caciquismo de los indios, que se apartó de lo cavernario sólo en el noble Imperio de los Incas, y el caudillo español, cuyo cogollo más limpio y decoroso (?) sería la dictadura porfiriana de México. Nacimos de semejante ángulo y aún no salimos de él.
Cualquier régimen de autoridad que traigamos por el mar tendría la suerte de aquellos animales exóticos que en la América degeneran en el pelaje y la carnazón de nuestros carneros criollos. Pensar en que guarden la “allure” europea, o en que chupen de nuestro limo la esencia racial de que vivían allá, es una inocentada y una majadería. Los nazistas quieren hacernos un nazismo diz que superado, careciendo de los mitos germánicos que comprenden desde la fábula familiar hasta los dramas musicales de Waer y siendo este material de embriaguez heroica lo que ha hecho posible una curiosa mixtura de ensueño y de acción, de terremoto imaginativo y de realización práctica. Quieren fabricarnos pro la fuerza una organización cuya técnica Alemania viene preparando desde hace siglos, sin apartarse nunca de su doble sio de delirio cesáreo y de disciplina científica. Para llegar a eso nosotros, pueblos asomados a vivir, no tenemos ni el idealismo filosófico de los germanos en el pasado ni su materialismo vertical del presente, que ellos han logrado fundir en un bloque.
Y en cuanto al método fascista, que tanto tienta a nuestros reaccionarios, los pocos hombres con cultura clásica que tenemos, han dicho ya a los líderes desaforados que nos faltan 4.000 años de cultura latina, de esa que los tales líderes detestan tanto como la ioran.
No, lo que tendremos en la pobre América Latina si hacen su gana los ensayistas trágicos que van y vienen, alcoholizando el pueblo inocente con las victorias… europeas; lo único que en esa orilla brotaría después de su siembra de locos, habría de ser la vieja matonería indo-española, el machitún alegre del bando que pone al fuego a sus enemigos o los hecha por el mar hacia el destierro.
Ningún odio siento hacia el pueblo alemán, cuya imaginación fue siempre para mí una fiesta lírica y ni aún no tengo empacho en decir que su música me ha regalado las mayores exaltaciones que se puedan recibir de una fuente que no sea la naturaleza. No puedo, además, hablar con repugnancia de un pueblo cuyo mujerío maravilloso me conmueve en fidelidad a una tradición mujeril de treinta siglos.
Y cualquiera que me conozca sabe que el pueblo italiano es el que yo amo más entrañablemente en este mundo, al lado del criollaje americano. Por lo tanto, no salta del odio mi asombro de que pueda siquiera pensarse entre nosotros en nazismos y fascismos como en el maíz y la mandioca…Conozco a aquellas razas que nuestros líderes atarantados creen conocer sólo porque leen unos cuantos folletitos de propaganda; la he convivido; las he seguido media vida; las estimo y las amo por sí mismas…y sin relación posible con nosotros en la realidad de su costumbre civil o guerrera. La iorancia americana necesita ser fenomenal para vocear nuestra simulación a una forma de vida tan lejana de la índole criolla como otro sistema solar. Hay que tener una bobería infinita para prescindir mentalmente de una experiencia histórica y de hecho que significa un estilo racial y vivir predicando el transporte de tales regímenes a nuestro Continente, más indio que español y el los español poco latino y menos gótico aún. Sería cosa de reír de la baladronada, si los tiempos fuesen de chanzas y si fuese dable divertirse ante una experiencia que equivale a abrir un res el cuerpo de la Patria, sólo por medir su resistencia a la sangría de tremendo ensayo.


LAS MUJERES Y EL ESTADO
Ahora digamos algo del otro asunto que me falta en su hermoso libro. El tema del sufragio femenino, amigo Eduardo Frei, eso me falta.
El sufragio no es gran cosa en su aspecto formal, que es el único que ha tenido hasta hace poco, pero en el año 1940, cuando se pretende mudar la esencia mismo del Estado, habría que pensar en que decidan del destino de la chilenidad hombres y mujeres.
La vieja disputa entre el conceder, el negar, o el retardar el voto mujeril, me parece más cómica que astuta. Las izquierdas lo aceptaron siempre en forma teórica y mientras fueron minoría dieron batallas por el sufragio femenino; los conservadores lo rechazaron siempre como principio, por espíritu tradicionalista, pero hoy ablandan el ceño ante la reforma porque piensan en que nuestros votos bien pudieran ayudarles en la encrucijada donde se hallan. Las mujeres no ponemos gran cosa en el debate, que los hombres prosiguen solos, haciéndose a la vez jueces y partes… como nos gusta poco la demagogia, no nos echamos en desfiles chillones por las calles y sólo reímos de la gran hipocresía de los dispensadores de vida y muerte..El Presidente Aguirre, feminista de doctrina y hechos, tenga el coraje de ponerse entre los dos frentes fariseos y su intervención nos valga esta justicia que no necesita alegato, que es clara como el cielo chileno y que agobia a los pleitadores con su luz cenital.
¿Van, ellos, a dispones de la suerte del mujerío, es decir, de dos millones de ciudadanos chilenos, no a pleno derecho (?) sino a pleno antojo? ¿Van a hablar hoy como antes de nuestro analfabetismo, siendo ellos los aceptadores más despreocupados del analfabetismo que los elige cada cuatro años?
Al mundo rojinegro, sanguinoso y encenizado a la vez, que ellos no han hecho y siguen haciendo, ¿no tendría la mujer nada que llevar, con el fin de salvar siquiera algunas partícula de salud, de orden y de pulcritud republicana? Y sin no tuviésemos las mujeres cosa alguna que pedir, porque nos hayan dado cuanto es menester, ¿no aceptarán ellos siguiera el concepto de que podemos velar por los niños que forman un tercer lote humano ausente de las Cámaras y la porción puesta la margen por muchas conciencias viriles?
Eduardo Frei, Ud. también nos olvidó, este desliz en una mente tan escrupulosa como la suya, le declara a su amiga mejor que cualquier otro dato, la inefable despreocupación de nosotros que hay en las cabezas capitanas no sólo de Chile… sino del planeta. ¡Merecen Uds. un premio de olvido, una cruz de hierro aplicada a la más estupenda distracción! El pecado no debe avergonzarle por ser allí universal y por ser, probablemente, un atributo viril, según se ha visto en ingleses, franceses, españoles, etc. (habría que añadir todos los nombres gentilicios…)


NOMBRES EUROPEOS
El único trabajo que me da la lectura de su libro es el de los nombres de algunos regímenes sociales. Será verdad aquello de que nombrar las cosas morales es la mayor hazaña que cabe a los hombres, cuando logran el nombre que calza bien al objeto y que es la peor fuente de conflictos cuando el nombre no desia con una exactitud vertical. Siempre nombrar me pareció un problema, pero en esta lectura se me vuelve un abismo. Cuando en Europa las gentes me preguntaban si en tal o cual país de la América había “democracia”, “socialismo”, “dictadura” o “anarquía”, mi embarazo era el mismo de hoy. Eso no, solía decirles a la primera consulta. Venía la segunda. Tampoco eso, y el diálogo solía acabar con un silencio o con una sonrisa. Y el sonreír no era hurtar, sino respetar las palabras, así las mejores como las peores. Porque nuestro continente, hijo de la confusión desde la sangre a las ideas, no tiene clasificación europea posible en los asuntos sociales. El Uruguay me salvaba siempre; eso es una democracia lisa y llana desde hace treinta o más años. ¡Qué alivio poder descansar en un sustantivo indudable!
Las mujeres tenemos el grave inconveniente de no tomar en cuenta para nada los afiches, los folletos, ni aun los libros. Somos los seres más incrédulos del mundo en lo que toca al recitado de los programas políticos. No nos dicen nada. Creemos, con Santo Tomás, en lo que se ve y se toca; de allí nuestra limitación y también nuestra utilidad de testigos. Damos fe a la costumbre que nos rodea, a cuanto vemos hacer, al cómo vemos trabajar, gozar, sufrir; a la realidad de un país que aparece en la mesa del burgués, del obrero y el campesino.
Dígole, pues, amigo mío, que yo tengo dos corporativismos en mis ojos y no le nombro cuáles, porque el Reglamento Consular me deja todavía pensar, pero no me permite nombrar países. Los dos corporativismos que me tengo vividos son tan diversos uno del otro, que no es posible casarlos bajo un nombre común.
El tercer corporativismo que poseo es el de la República de Florencia, y éste a medias, puesto que no lo vi…Siempre me pareció un equilibrio entre aristocracia y pueblo, el mejor que tal vez se haya logrado, pero que duró poco, porque nuestra pobre humanidad no gusta de lo difícil y aquello era empinado por ser profundo y fino.
¿Qué hago para clasificar al artesanado florentino? ¿Qué clase era la de esos hombres, los mayores de su tiempo? ¿Eran pueblo? ¿Eran lo que se llama, con una palabra cursi élite pura e indiscutible, o sea aristocracia? ¡Pero qué salarios tan infelices para una clase semejante de maestros en profesiones y oficios!
Otra vez aquí, Eduardo Frei, me detengo y por una obligación que me impuse al comenzar: la de no descorazonar a Ud., hombre joven. Por otra parte, sería preciso escribir un libro respecto a un asunto de tal categoría...


CLASE MEDIA CHILENA
Tenemos que decir muy claro y preciso que la clase media tiene en Chile un aprovisionamiento tan caro de sus necesidades que en cada trance revolucionario nuestra magra hacienda de país pobre se queda en poder de ella y que a nuestra fabulosa miseria popular, sólo se aplican las raspas de la marmita estatal. Yes que la muy ávida ama bastante el lujo. No hay en Europa clase media tan poco leales al pueblo en la hora de liquidar la victoria, como la que hemos visto nosotros dos en los últimos aos de nuestra Patria. Toda mi vida vi claro en esto y supe que cuanto tenemos en recursos fiscales debe ser aplicado con una prisa quemante a la clase que en Chile no tiene suelo, muro, mesa, ni lecho, que no posee sino luz y aire, al pueblo rural. La espiritualidad de la clase media parece que estuvo hecha en el Medievo de la diferencia creada entre el trabajo realmente bruto, en que hacía el siervo, y el trabajo de creación, a lo menos de esmerado amor, que se entregaba a otros trabajadores por su mayor fertilidad o su mayor cultura. Dicha espiritualidad se va evaporando a ojos vistas. En nuestras profesiones, es standardismo deslizado incluso en los magisterios, más afiladamente espirituales, como la docencia o la abogacía, están minando la vieja norma que entregó a esta clase la defensa del Espíritu, a través de un trabajo prócer, más próce que todos los castillos fuedales del Medievo.
Si me ofrecen el regreso a aquel gran decoro, me voy con el que sea capaz de cumplirme de veras la fórmula. No tengo ningún interés en la promoción hacia una clase cuyos menesteres son son los míos, en cuya menera de placer yo no tengo ningún agrado y cuyo poder no le ambiciono ni en mínima parte.
Pero, amigo mío, usted sabe que la mitad de los doctores sociales medievalistas traen bien clara sobre la frente la arruga de una torva intención: defienden el salario medieval y la vuelta a la nada el pechero infeliz.
Nadie ha entendido mejor y vivido más la clase media en su honra esencial y nadie ha dicho mejor esta asunto que el grande y querido Charles Péguy, y no es que diese fórmulas - él no era ni profesor ni farmaceútico - ; él vivió, sencillamente, en artesano medieval y por la fuerza que da el aceptar un oficio, y en él una misión, Charles Péguy aparece  hoy como el hombre mejor de su generación de "revoltés" fracasados.
Usted sabe, amigo Frei, que esos hombres no los produce la confusión de los pueblos nuevos ni el desorden de las democracias improvisadas. El podía ¡dichoso hombre! hablar de la Edad Media que su patria vivió. Nosotros quemamos la etapa y somos pobres de una pobreza particular y mala.; la de carecer de ciertas experiencias profundas; nuestra edad primitiva - la india - la renegamos; y el Medievo español apenas lo conocimos, pues de golpe y porrazo caímos en el bríc-à-brac de las democracias fabricadas como los carros Fords o el javón Palmolive.


FATALIDAD AMERICANA
Tenemos que hacernos el alma a gran prisa, lo mismo que los yanquis, y parece que para este grave asunto no sirve ni mucho ni poco el molde de la época. ! Menuda pretensión ser un moderno sin haber sido ni clásico ni un medieval! !Y tan orondos que andamos en nuestras universidades oficiales de haber tirado el latín, que a lo mejor nos significaba el contacto con dos edades ilustres, como quien dice, el atrapar el pecho materno y beber su leche, creadora del hueso y del músculo!
Por eso no soy, yo, amigo mío, eso que llaman una optimista. Hemos nacido con cierto pecado original que nos aplebeyará por cien generaciones conjuntamente la vida y las empresas; nacimos cortados de las líneas nobles que forman una verdadera casta. De ser hindúes, tendríamos un clasicismo en sánscrito; de ser chinos, nos ampararía el rocío de aquella vieja sagesse. Pero hemos querido este absurdo: renegar las dos culturas del Continente, despreciar el clasicismo español y adoptar para nuestra formación el bazar del siglo XIX. (Mudar de color).
En la Argentina ni en el Uruguay he visto una clase media tan absorbente, pues ella sabe allí que una evolución , y con más razón una revolución en almácigo, debe ser verticalmente dirigida a la redención del pueblo, aunque esos dos países carecen enteramente del pobrerío desnudo y descalzo que camina por las carreteras de Chile.
Me parece, amigo mío, que cuanto se dice del corazón encallecido y de la mentalidad social egoistona de nuestra clase rica, hay que decirlo también de la que viene en seguida, o sea, de aquella mitad de la clase media santiaguina. Y ya es necesario que la crítica social considere a nuestra clase, la suya y la mía, como partida en dos: la burguesía y la pobre, aquélla vuelta un costado de la plutocracia y ésta, una lonja superior del pueblo; no hablemos más de tres clases… sino de cuatro y aun de cinco, ya que la masa obrera aventaja enormemente en salario a la infeliz masa campesina. Más cómodo era tratar del país en las tres rayas clásicas, pero eso resulta bastante falso a estas alturas del tiempo…


LA TRADICION LIBERTADORA
Los lectores – no Ud.- dirán, leído lo anterior, que soy una pesimista radical, tan odiosa como algunos viejos conservadores de Chile. No tanto, no…
Paralela a la tradición española y a la india de matonismo impenintente, corre otra línea racial, camina otra raya tradicional bastante visible: la de los iberos pleitadores de sus fueros y que desde 2000 años han vomitado el liberticidio, desde los pastores iberos has los católicos vascos y los catalanes de índole provenzal. Y dentro de las masas indias aceptadoras del matón vernáculo o español, hubo siempre el indio indómito, el Xicostencatl que decía ¡no! con una terquedad de cactus americano sin manoseo sobre su cabeza libre y llena de púas.
En la vida americana, esta doble tradición libertaria se ha mantenido con una empecinada vitalidad; está intacta y yo creo que atenta; se parece a las aguas subterráneas: apenas echan seales de sí, pero no se han acabado, las muy preciosas…
Los apóstoles de la dictadura a toda costa, pueden engreírse de ver las pobladas a quienes convencen ( no es difícil embriagar a los pueblos, sean mestizos, sean caucásicos); pueden los envalentonados hacer todos sus cálculos y planear sus “buenas” venganzas. No conocen las entrañas de su América mestiza, como que no confiesan nunca su mestizaje. La verdad última, la que cuenta, es que ningún pueblo indoamericano dejó jamás de sentir repugnancia de su tirano o su tiranuelo, que siempre hubo un grupo – el de los tercos – que siguió el cortejo del vencedor diciéndole en una interjección o un rezongo mascullado alguna expresión mucho más clavadora que el “Acuérdate de que eres mortal”. La honra de nuestra historia es precisamente ésta: los países mestizos nunca dejaron de sentirse irritados, y cuando menos disgustados, del tirano benévolo y no digamos del perverso. Un desasosiego constante, un malestar vago o agudo, una sensación viva de vergüenza , acompañó siempre a los 21 pueblos nuestros que han subido la escala del absolutismo, desde el jalón más suave hasta el más agrio.
Yo, la pesimista, descanso en lo que me sé, ¡y no de oídas! Yo me fío a esa historia vista y leída, asistiendo a los preparativos de la nueva feria que trae cuatro o cinco modelos: el alemán, el soviético, el italiano y sus combinaciones. Y como creo a mi manera en la sangre, me alivio en la vigilia angustiada que vivo sobre esta almohada de nuestra tradición. La América mestiza produce hoy el mayor número posible de liberticidas; pero tarde o temprano amanece la sorpresa y llega el buen burlador parecido ¡él también a Zarathustra! Llega callado y solo, pero en poco tiempo es legión y hace su faena de limpieza.


LA UNIFICACION
Todavía es tiempo, amigo mío, de salvarnos con un poco de buena voluntad. Podemos aún revalidar nuestro régimen a base de anchas reformas que no lo hagan un aliado de la anarquía; o podemos optar por la adopción de una modalidad propia, en el caso de que nos decidamos a crear, dando la cara corajuda a cuantos riesgos trae consigo una creación. Para ello necesitamos aproximar a nuestros ácidos partidos políticos. Estamos en plena bandería y el espectáculo del mundo parece que no nos causase angustia alguna.
En la faena de unidad, Ud. y sus semejantes en espíritu tienen un lugar de todo derecho y bien podría decirse que un lugar excepcional. Porque Uds. no vienen marcados con las viejas culpas y tampoco sustentan la fe boba de los futuristas. Hay que decir, otra vez, que sus clásicos les han dado el recelo de la vejez - el clásico es el antiguo y nunca el viejo- y que les han puesto la narigada de sal de sensatez, a fin de que recelen mucho de las piruetas que pueden resultar mortales, coomo la del saltarín vanidoso.
En el impase en que nos hallamos, con dos frentes de anchura semejante y de testarudez parecida, se me ocurre que las almas de su categoría sean las tienen los labios más puros para pronunciar la palabra “unificación”, sospechosa en otras bocas, y la otra más alta de “unidad”.
Los acontecimientos, que llegan con una rapidez sólo parecida a la de los sueños, no pueden vernos defendidos sino a condición de que estemos acordados. Es difícil que una legión de traidores pueda hacernos más daño del que nos hace un millón de chilenos decididos a pelear… el poder que reparte los cargos públicos. Es un espectáculo que parece de tribus el que estamos dando a la hora en que a ningún pueblo con juicio le importa el partido A ni Z, porque no se discute en medio del fuego y, ante todo, es preciso salir de la hornaza para cambiar unas cuantas razones.
La frase de “Unión Nacional” ha servido en el pasado para muchísimas componendas feas, bien lo sabemos. Pero ahora no se trata de aquellas pobres malicias santiaguinas sino de salvarnos o de perdernos juntos, queramos o no entrar en la epilepsia del Viejo Mundo; amemos o detestemos al vencedor. Ningún bando tiene el derecho de disponer de nuestro destino colectivo y echarnos de bruces en su aventura, sólo por dar gusto a su doctrina, o a su vanidad o a su granjería. Estamos en algo parecido a una hora plebiscitaria, en la que cada chileno quiere hablar y ser oído y la única manera de sosegar esta ansiedad es el que se haga una pausa que dure mientras se liquida la catástrofe.
El nombre desprestigiado de “Unidad Nacional” se rehace de pronto como un cuerpo transfigurado, pierde su vieja miseria y logra un rostro conocido, el semblante de 1810, nada menos que eso. Vivimos la circunstancia mayor de hace 130 años. Tomar la posición entera de este concepto, vivirlo con todas las potencias, “realizarlo”, como dice el inglés, significaría para nosotros soltar la corteza envenenada de nuestra discordia y mudarnos de tal modo que pasemos a hablar, a hacer y a vivir, durante estos meses, de una manera absolutamente sensata.
Tenemos bastante olvidado el gran trance; lo celebramos sólo con algún pobre discurso diciochero y nos cuesta entender que los tiempos regresan como la marea y que vuelven trayendo los mismos quiebros abismales y la misma crestería amarga.
Le saluda agradeciéndole este libro claro como un diamante y lleno de lucidez viril, su amiga y paisana.


(Fdo.) GABRIELA MISTRAL,
Río de Janeiro, agosto de 1940

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